Esta semana quedará visto para sentencia el juicio a los líderes separatistas por el intento de golpe de estado y los suyos ya anuncian grandes movilizaciones. Se trata de que las calles sean siempre de ellos, de mantener la omnipresencia abrumadora de gritos, pancartas, banderas. También, de anular cualquier otra muestra de pensamiento. A los nacional separatistas les sobran los tribunales y los parlamentos. Todo debe decidirse mediante el plebiscito callejero del pueblo, es decir, de ellos, porque fuera de ese poble català no hay nada.
Lo decía este fin de semana Joan Lluís Bozzo, fundador de la compañía de teatro Dagoll Dagom, con una tranquilidad que helaba las venas: "Catalán es quien ama a Cataluña, viva en ella o no. El resto son personas que están empadronadas aquí". Ciudadanos de segunda categoría, vamos, porque lo que te define como catalán, según ese razonamiento, es tu aquiescencia con el separatismo y no tu nacimiento. Ni siquiera tu capacidad de amar a tu tierra, porque para ellos ésta se mide por la adhesión a su ideario.
Son ideas clarísimamente totalitarias y ha sido precisa mucha labor de intoxicación y mucha flojera democrática para que alguien diga tamañas barbaridades sin que salten las alarmas. Cuando Torra reclama a los CDR que aprieten lo está haciendo en esa misma lógica. Apretar –coaccionar– a quienes son nuestros enemigos, por el simple hecho de que no nos dan la razón, es la consecuencia de una cosmovisión totalmente sesgada e irreal. El mundo es como nos gusta a nosotros y no como es en realidad.
Todo lo que no entra en nuestra concepción de las cosas o es perverso o es mentira. En ese estado de sonambulismo político peligrosísimo se mueven las aguas de la política catalana. Los dirigentes encargados de introducir elementos de racionalidad en el discurso separatista se estrellarán una y otra vez, porque ante el sueño no hay ecuación cartesiana que valga.
Son como el sonámbulo Cesare, que manipulaba el Doctor Caligari en favor de sus criminales propósitos, siempre prestos a obedecer porque lo onírico es lo real en sus mentes. No creo, por estas y otras razones, que conceptos como el pacto, el acuerdo o el diálogo sean aplicables en este caso porque ¿cómo se puede dialogar con quien está soñando? Es preciso despertarlo, con lo que ello conlleva de romper ese estado letárgico. Ahora bien, no se vislumbra por ninguna parte a nadie que, con un mínimo de responsabilidad política, se encuentre capacitado para acometer ese empeño.
A la caja de Pandora que abrió imprudentemente Artur Mas, por pura cobardía estratégica ante la corrupción que afloraba de debajo de las alfombras y la crisis económica que le obligaba a meter el tajo a la sanidad, la educación y la asistencia social, no es posible ponerle de nuevo la tapa. Los demonios que liberó no están dispuestos a otra cosa que no sea que les den la razón, siéndoles indiferente que esto sea posible. Que liberen a los presos, que nos den la independencia, que Oriol Pujol esté en libertad para ir y venir a su antojo, que el Parlament en Cataluña esté abierto o cerrado según nos convenga y, muy especialmente, que nadie ose llevarnos la contraria porque será señalado como un mal catalán.
Volvemos al concepto totalitario del sonambulismo separatista. No precisan de una justicia independiente ni de fiscales rigurosos, así como tampoco necesitan un parlamento en el que el gobierno deba rendir cuentas ante la oposición. Ellos son Cataluña.