En Barcelona todo cambia para que todo siga igual. La Ciudad Condal es la urbe más lampedusiana de Europa, si nos atenemos a los resultados electorales de estos comicios municipales y europeos. Que Junqueras pase por delante a Puigdemont en las europeas no es más que un episodio, importante, eso sí, de la lucha a muerte que se vive en las filas del separatismo catalán, pero anecdótico si al fondo de la cuestión vamos. Me explico. Los votantes independentistas parecen optar más por la vía del preso que por la del fugado. Tiene su lógica porque es un movimiento que se nutre de la épica, de grandes frases y de las diadas históricas. ¿Y hay algo más romántico que la figura del líder encarcelado frente a quien se fuga cobardemente al extranjero?
Es evidente que la carta de Esquerra ha sido siempre esa, Junqueras, y que no tienen mejor baza que la del orondo historiador quien, bajo formas aparentemente moderadas, mantiene un discurso tanto o más radical que el del vociferante habitante de Waterloo. Asistimos, pues, a un cambio de ciclo en la hegemonía de siglas en el universo nacional separatista, que no en su fondo ideológico. Pero lo destacable es que esto supone el entierro de la neo convergencia, de Junts per Catalunya, heredera anémica del todopoderoso partido fundado por Jordi Pujol, diluido al final en una pléyade se siglas, coaliciones forzadas, procesos de corrupción, y escapismos sin límite con tan de asegurar su supervivencia.
Tampoco le ha ido bien a Puigdemont en Barcelona, donde ha perdido bous i esquelles, poniendo a Quim Forn de número uno, imposibilitado para hacer campaña, y con una Elsa Artadi de número dos, flojísima, sin capacidad de galvanizar a un electorado siempre ávido de grandes discursos y retóricas inflamadas. La economista discípula de Mas-Collell no es persona ducha en ese tipo de tácticas y, cuando se ve obligada a emplearlas, su tono suena tan forzado que apenas es capaz de convencer ni a los suyos.
Que ahora la alcaldía se dispute entre Colau y Maragall o Maragall y Colau, con ese tercer comparsa llamado Collboni, que, a lo tonto a lo tonto, puede acabar por decidir hacia que plato se inclina la balanza, es el ejemplo de esa condición lampedusiana a la que aludía antes. Si Colau sigue, Barcelona no va a cambiar, porque ni Ada es distinta ni pretende cambiar el rumbo de su política. Con Maragall, Barcelona se teñiría de amarillo y seguiría el mismo rumbo, solo que más extremo. Si fue filo separatista con la podemita, sería abiertamente separatista con Esquerra al frente. Te pongas como te pongas, proceso, presos políticos, referéndum para la independencia, lazos amarillos en el balcón del ayuntamiento y todo el resto de la panoplia van a seguir siendo los platos que conformen el menú diario que el consistorio barcelonés va a ofrecernos a los habitantes de esta ciudad. Habrá que ver lo que hace Collboni. que deberá decidir que quiere ser de mayor y con quien pacta.
A buen seguro que Miquel Iceta ya le habrá dado instrucciones acerca de cómo y qué negociar.
El perdedor es Valls, con una estrategia errática. La culpa recae especialmente sobre su equipo, nulidades provenientes del maragallismo más oxidado. Para sacar los mismos concejales que Carina Mejías no hacía falta traer a un ex presidente del gobierno francés, señores de Ciudadanos. Pero Valls ha sido tan arrogante como su compatriota corso, aquel Napoleón que no se dejaba gritar más que por Monsieur Le Coq, sastre de Josefina.
Hèlas! Mon Dieu!