Hace ya unos años, estando con unos amigos en un hostal de Getafe -risas, copas y rock duro- llamaron a la puerta de la habitación. Cuando la abrí me encontré a un tipo de pelo revuelto, pijama a cuadros y cara de sueño. Eran más de las dos de la madrugada. "Could you not make noise, please", algo así dijo el tipo.
Yo le pedí disculpas y, con ello, se nos acabó la fiesta. Al otro día, por la mañana, volví a encontrarme con él, en el desayuno. Vestía americana de entretiempo y tomaba el café en una de las mesas del fondo.
Fue Lorenzo Silva, que organizaba aquel encuentro, quien me dijo que aquel tipo era John Banville. Había ido a Getafe para presentar su última novela firmada como 'Benjamin Black', el pseudónimo que Banville se ponía cuando escribía género negro. Así nos conocimos.
Desde entonces, sigo cada uno de sus libros con la pasión de un lector entusiasta. El último, que acaba de salir hace unos días, se titula La alquimia del tiempo (Alfaguara) y es un libro de memorias muy especial, pues Banville lo articula atravesando el paisaje dublinés, calles, edificios y bares, con mucho ingenio y esa nostalgia irlandesa que no se deja convertir en melancolía gracias a un humor tan ácido como húmedo.
También hay momentos -muchos- de crítica social y, en uno de ellos, cuando toca hablar de los abusos sexuales de los curas y las maniobras de la Iglesia católica para encubrirlos, Banville se pregunta: "¿Cómo dejamos que los curas se salieran con la suya durante tanto tiempo?" Una pregunta a la que el mismo Banville responde diciendo que "el poder se entrega más a menudo que se conquista" y esto último es algo que sabemos bien las personas de este país que tenemos a familiares todavía sepultados en las cunetas, que lucharon en su día por una República de Trabajadores, nacida el 14 de abril de 1931; una República que, entre otras muchas conquistas, consiguió una enseñanza laica y pública, dejando fuera de la formación escolar a la religión católica.
Pero claro, esas son cosas que, aquí y ahora, parecen no importar; los derechos que ayer fueron conquistados hoy son arrebatados y convertidos en mercancía. Porque, como bien apunta Banville, el poder se regala. Por eso mismo, conquistarlo de nuevo, como que nos da pereza. Sé de lo que hablo. Pertenezco a una generación que no luchó, que abandonó la lucha política a cambio de la esclavitud de la aguja; el jaco, la fiesta, la movida, ese tiempo que fue un espejismo en el desierto de nuestro país, plagado de camellos.
Cuando John Banville llamó a la puerta de la habitación, estábamos tomándonos unas cervezas, fumando unos canutos y recordando viejos tiempos. Tuvo que venir John Banville disfrazado de Benjamin Black, con su pijama a cuadros y envuelto en los ecos del 15 M, para que yo empezase a darme cuenta de que la libertad es una conquista que sólo se consigue articulándose con el prójimo; lejos de paraísos artificiales montados por el capitalismo para anestesiar nuestra conciencia.
Porque la droga fue la religión de nuestro pueblo durante una época en que ponerse hasta arriba era otra manera de rezar el rosario. En fin.