A veces yo también sueño que vuelvo a Manderley, que para mí es como decir que vuelvo a Castellana 167, piso once, ascensor, donde siempre me esperaba Mario Muchnik con la generosidad de su abrazo.
Hace tres años que se fue. Y desde entonces, no ha habido un sólo día que su recuerdo no acudiese a mí. Qué quieren que les diga, si no es por él, yo no estaría aquí ahora, hundiendo tecla. Fue mi editor, con todo lo que la palabra "editor" significa o significaba, pues hoy no abundan. Lo único que encuentras es gente trabajando en editoriales, muy maja, muy simpática y tal, pero, oye, más pendiente del estado de cuentas que de poner a un autor frente a su obra y conseguir que el autor crezca a medida que su obra va creciendo. En fin.
Recuerdo que en una ocasión le pregunté a Mario por qué se hizo editor. "Para estar cerca de autores como vos, Monterito", me contestó. Y yo me lo creí y todo. Uno de aquellos autores a los que Mario Muchnik editó y que se mantuvo fiel hasta la muerte fue Cortázar, el gran Cronopio, generador de lenguajes, cuya obra siempre estará viva como memoria del tiempo presente. Por estas cosas de la amistad, es buen momento para releer su gran juego, me refiero a Rayuela (Alfaguara), su contranovela como al mismo Cortázar le gustaba decir cada vez que se refería a ella; un artefacto lúdico donde se narra la peripecia urbana de Horacio Oliveira y su relación con una mujer, apodada la Maga.
Se trata de una historia de amor escrita con tal intensidad sonora que mantiene los ecos después de ser leída. Horacio Oliveira, personaje obsesivo, que todo lo intelectualiza y que siempre identifica sus acciones con referencias a la alta cultura, salta de su casilla y se entrega a la casilla de ella, de la Maga, una mujer asilvestrada e impredecible que le va a doblar la línea del destino. Pero no vamos a contar más de esta explosión de estilos, de tanta entrega literaria y de tanto derroche de talento. Sólo que, en una ocasión, Mario Muchnik y yo discutíamos acerca de la mejor manera de leerla.
Si bien Mario señalaba el proceso que marca Julio Cortázar en su modo "mosaico, siguiendo la secuencia capitular establecida al inicio del libro, yo defendía seguir un orden al azar, y una vez leído el capítulo, que este fuera arrancado para no repetirlo. Con ello, obtendríamos una contranovela deshojada y propensa a próximas reediciones. Fue entonces cuando Mario pegó una calada a su pipa y me dijo: "Monterito, amigo, estoy seguro de que Cortázar estaría encantado con eso, estoy seguro de que a Cortázar le hubiera gustado. "No, -le dije-, a Cortázar lo que le hubiera gustado es seguir vivo". Entonces Mario sonrió; lo hizo como un gato de Cheshire cuya sonrisa queda flotando en el humo del recuerdo.
Ahora, que tengo la edición conmemorativa de los 50 años de Rayuela, voy a ponerme con ella, esperando que el azar me depare una lectura deshojada donde los relojes atrasen y me devuelvan de nuevo a aquellos días en los que yo aparecía por Manderley para abrazar al amigo, al editor, al científico, al traductor, al fotógrafo y hombre del Renacimiento que consiguió hacer de mí un autor de su casa, y compartir nombre en un catálogo con autores de la talla de Julio Cortázar. La ocasión lo merece.