Detrás de cada ser vivo hay treinta fantasmas. Algo parecido aseguraba el científico británico Arthur Clarke. De igual manera, por cada humano hay una estrella convirtiendo el espacio en un sitio lo bastante grande para que todos tengamos un planeta entero.
Si tomamos en cuenta las palabras de Clarke, podemos trasladarnos a una dimensión cósmica y encontrar no sólo el lugar que ocupamos en el universo, sino el lugar que ocupan nuestros seres más queridos, aquellos que ya no están, pero que siguen vivos porque habitan un mundo que conquistaron con sus hechos, con sus hazañas, con sus pasiones llevadas a la acción. Sin duda alguna, en uno de esos planetas habita el pintor Ceesepe; un tipo que era de otra galaxia donde el color y las formas tenían vida propia.
Las personas que tuvimos el privilegio de entrar en aquel mundo, nunca olvidaremos su mirada ante la vida, ni a sus mujeres con cola de sirena siempre a la espera de algún marinero recién llegado a tierra firme. Tampoco olvidaremos sus conejos, ni los vampiros con nariz de payaso, y menos aún a los astronautas vestidos de luces igual a toreros al mando de cohetes espaciales. Porque en un cuadro de Ceesepe entraba todo lo habido y por haber, lo que no está escrito y lo que está por escribir. Su misión en la vida fue la de pintar la pintura, es decir, poner color a las masas grises de una época que duraba demasiado tras la llegada de nuestra mal llamada democracia. Se le ha etiquetado como pintor de la movida madrileña, pero ya sabemos que las etiquetas restan posibilidades, y que Ceesepe era mucho más que eso. Por favor.
Nos dejó un fatídico 7 de septiembre de 2018. Desde entonces, su muerte nos ha traído la puñetera sensación de vivir con un miembro fantasma que no deja de sentirse tras la amputación. Tal vez, por dicho picor, su amigo, el fotógrafo Alberto García-Alix practica el exorcismo a cada rato, inventando y reinventando nuevas maneras de dar a conocer la obra de uno de los mayores artistas que ha dado este grosero país.
Para ello, Alberto García-Alix -con la colaboración del Archivo Lafuente- ha dado a la imprenta los cuadernos de Ceesepe. Antes de seguir, hay que apuntar que Alberto y su chica, la artista Frédérique Bangerter, montaron una editorial de nombre tan significativo como 'Cabeza de Chorlito', una editorial que se esmera al máximo con cada una de sus entregas. Estos cuadernos de dibujos de Ceesepe son la muestra.
Para todas aquellas personas que tuvimos la suerte de visitar la galaxia de Ceesepe, la publicación de sus cuadernos supone un reencuentro con su trabajo cotidiano; cuadernos fechados con una bella tipografía heredada del cartelismo francés y puesta en órbita por sus manos de prestidigitador. Una maravilla que nos hace volver a su estudio, en la calle Mayor de Madrid, donde el tiempo y el espacio cobraban una dimensión que no es de este mundo.
En estos días de frío y pandemia, me da por imaginar cómo serían las pinturas de Ceesepe de haber seguido entre nosotros. Sus sirenas y sus conejos cubiertos con mascarillas, su tipografía festera, la genialidad de sus títulos que tanto entusiasmaban al mismísimo Roland Topor. Son días en los que vuelvo a sus cuadernos y detallo su trazo en cada dibujo, como si estuviera, de nuevo, en su estudio; el cuarto de juguetes que un lejano día me abrió para siempre y que ahí sigue, abierto para siempre en mi memoria, donde treinta fantasmas entran y salen con mascarillas pintadas a mano por obra y gracia de un amigo que no era de este mundo.