El derribo de las estatuas de Colón, más que un hecho, es un mito, una metáfora. Porque el navegante genovés simboliza el fundamento de la Edad Moderna, es decir, la llegada del capitalismo temprano, cuando Europa dejó atrás las murallas del medievo para abrirse al Atlántico.
Con ello, ideólogos religiosos como Ginés de Sepúlveda apoyaron una invasión desmedida bajo el pretexto de la cristianización de los territorios recién descubiertos. Mientras tanto, en la vieja Europa, los siervos más osados dejaban atrás el feudo y embarcaban a la aventura.
La Historia, para algunas personas, avanza como una flecha; para otras, como una espiral; una serpentina que se desenrosca a partir del descubrimiento de América, que, más que descubrimiento, fue una ocultación de las comunidades indígenas que quedaron arrasadas por el sistema de expansión capitalista llevado por España al Nuevo Mundo. Pero todo tiene un fin y el modelo español se viene abajo tras la abdicación de Carlos I. Dice la Historia que Felipe II hizo lo que pudo, y que con Felipe III se cerró toda posibilidad de desarrollo. Al final, España perdió su hegemonía.
Luego vino la etapa holandesa, seguida por la etapa inglesa, con su modernidad madura que trajo la Revolución Industrial y el nuevo contrato colonial. Así fue hasta el otro día, cuando tras la segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos se hacen con el dominio del campo económico occidental. Hasta aquí, un repaso a bulto de unos hechos históricos que tienen su lectura racional construida a partir de símbolos. Porque el mito capitalista no se puede entender sin Colón, sin la espada y sin la cruz. Tampoco sin el ritual de destrucción que Europa ejerció en la Edad Moderna sobre las culturas indígenas.
Por estas cosas, es imprescindible conocer la obra del mitólogo norteamericano Joseph Campbell. Su último libro editado en castellano se titula “Tú eres eso” (Atalanta), y en él se identifica el relato racional con la acción ética “Yo soy porque tú eres”. Conseguir la simetría de nuestras relaciones con el prójimo, a partir del relato metafórico que subyace en nuestra cultura religiosa, sólo se consigue dando la vuelta al mito.
Por ejemplo, el mito del Pecado original no es otra cosa que la rebeldía del ser humano, la aspiración al conocimiento. Probar el fruto prohibido es llevar la contraria a la autoridad y también el deseo de abrirse a otros mundos, de dejar atrás la inocencia. Estas y otras cosas se aprenden leyendo a Campbell. Hoy, más que nunca, es preciso recurrir al mito para explicarnos el mundo que nos rodea. Este ritual de paso que estamos viviendo, sólo se puede asimilar desde la mitología.
Uno de los grandes errores de la izquierda ha sido desechar el mito, ignorar la metáfora y, con ello, sin quererlo, desechar una buena parte de la esencia de Marx. No hay que olvidar la formación teológica de Marx, ni tampoco sus metáforas cuando afirmaba que el pecado original del capitalismo es el excedente. Tampoco hay que dejar atrás al dios Moloch, citado por Marx, al que se entrega la vida en sacrificio cada vez que ponemos dinero en el banco para que rinda interés. Marx lo contó mucho antes de que la lectura leninista de su obra acabase burocratizando la ideología por culpa de Stalin.
En estos días, estamos asistiendo al crepúsculo del capitalismo; las estatuas de Colón son el símbolo que el inconsciente colectivo derriba. Aunque conscientemente los vándalos no lo sepan, están proyectando el final de un ciclo, el principio de una vuelta más a la espiral ascendente de nuestra Historia futura.
Es inevitable, el capitalismo muere aunque todavía haya personas que se nieguen a creerlo. Otro asunto es que las determinaciones asumidas por el sistema capitalista (dinero, mercado, producción, etc) sigan existiendo en el nuevo sistema que ya se atisba en el horizonte. Nuestra labor es transformar dichas determinaciones. Para ello hemos de servirnos de los mitos. Porque sin un conocimiento profundo de los mitos no puede haber revolución.