La particularidad más reseñable y manifiesta del régimen del 78 viene siendo la de no haber renunciado a la herencia del franquismo. Una de las categorías de dicha herencia es la corrupción de nuestras instituciones. Lo de posicionarse cerca de la mantequilla para engrasar la cuenta corriente es el modus operandi de la mayoría de los políticos cuando se sientan a la mesa del gasto público, lo que hace de nuestra política un campo abonado para pícaros, trepas, golfos y demás ralea que diariamente venimos sufriendo.
En nuestro país es habitual que los cargos públicos utilicen su posición privilegiada para hacer trapis, a sabiendas de que resultarán impunes. La inmunidad para ellos no es un asunto que tenga que ver con el sistema linfático, sino con el sistema que los va a defender cuando sus fechorías salten a la luz. Se trata del mismo sistema que viene de tiempo atrás, cuando Franco aún vivía y bajo su sombra se llevaron a cabo robos manifiestos como lo fueron los del caso Matesa o Sofico.
Este último salió reflejado en una novela de Jorge Martínez Reverte que ya es un clásico de nuestras letras, me refiero a 'Demasiado para Gálvez', donde cuenta la historia de un periodista que descubre los trapicheos que se trae un empresario franquista con la venta de casas en la costa. Las peripecias del periodista, enfrentado a la mafia franquista y enfrentado también a la revista para la que trabaja, nos van a llevar por la España de aquellos años terminales del franquismo, cuando aún se tecleaba con Olivetti en las Redacciones y el papel carbón servía para hacer duplicados.
Se trata de una historia basada en hechos reales, tanto es así que Martínez Reverte cambió el nombre de los protagonistas, como el de la empresa Sofico que pasó a llamarse Serfico. Ya puesto, Jorge también cambió el nombre de la publicación que destapó el escándalo. En la novela, la publicación se llama Novedades, una revista semanal, mientras que en la realidad, la revista semanal se llamaba Doblón; una de esas publicaciones que desapareció antes de tiempo y cuyo director, Martínez Soler, recibió una paliza por parte de unos matones que resultaron ser miembros de las fuerzas de orden. Lo típico.
Con esta novela, Jorge Martínez Reverte fue pionero del género negro en la España de finales de los años 70, cuando nuestra mal llamada democracia nació como un engaño más de los tiempos. Poco o nada ha cambiado desde entonces. No ha habido transformación alguna, tan sólo reformas, arreglitos semejantes a retoques cosméticos sobre la piel de un cadáver que sigue apestando y cuya fetidez traspasa la protección de nuestras mascarillas.
Respirar un poco equivale a percibir el resuello del franquismo, es decir, su hedor arraigado en nuestras instituciones desde tiempos antiguos, cuando los poderes económicos pusieron el dinero sobre el tapete del ejército para provocar el golpe de Estado del año 1936; un baño de sangre y mierda que supuso el retroceso histórico de nuestro país.
Pero lo que me trae hasta aquí es que Jorge Martínez Reverte acaba de morir. Para quien no lo sepa todavía, fue uno de los pioneros del género negro en la España contemporánea, un género urbano cuya particularidad más reseñable ha sido – y es – la de poner luz crítica sobre los rincones más oscuros de nuestra democracia, ahí donde el franquismo sigue arraigado. Junto con Vázquez Montalbán y Juan Madrid fue ejemplo a seguir. Descanse en paz, Jorge Martínez Reverte.