El año 1981 fue un año convulso que vino cargado de intentos. Intento de asesinato de Ronald Reagan, intento de asesinato del Papa Wojtyla, intento de Golpe de Estado en España y, por si fuera poco, intento de atraco a las oficinas del Banco Central en Barcelona.
Este último suceso lo pudimos seguir a tiempo real por los transistores de la época. El dial se calentó durante las casi cuarenta horas que duró el acontecimiento. Los atracadores habían tomado como rehenes a los empleados y a la clientela, avisando de que no pensaban aflojar hasta que las autoridades dejasen libres a "cuatro héroes del 23 de febrero y nuestro valiente teniente coronel Tejero".
Aunque pareciese lo contrario, el discurso falangista estaba boqueando y la otra fracción franquista, es decir, el Opus Dei, ocupaba posiciones en torno al PSOE, marca registrada de un partido de masas que ganaría las elecciones de 1982. Ese fue uno de los grandes logros del capitalismo financiero de este país, hacer creer a la gente que el PSOE era un partido de izquierdas. Pero volvamos a 1981, pues el año convulso también tuvo su epidemia, provocada por "un bichito tan pequeño que, si se cae de la mesa, se mata", a decir del ministro Sancho Rof.
El bichito tuvo a la población aterrorizada durante algunos meses. Las noticias que llegaban a los escasos canales de información de la época no hacían más que crear incertidumbre. El gobierno de UCD se agotaba mientras los cadáveres iban amontonándose día tras día. El telediario abría con las cifras de muertos en las últimas horas y Leopoldo Calvo-Sotelo, por entonces presidente del Gobierno, encajaba el duelo con rostro de enterrador. Porque cuando se trata de hacer recuento de cadáveres, las matemáticas se vuelven tan frías como los gobernantes que las manejan.
Si volvemos la vista atrás, y proyectamos aquella época hasta nuestros días, podemos encontrar cierta relación entre historia y azar, tal y como señalaba Manuel Vázquez Montalbán en su "Crónica sentimental de la transición" (Debolsillo), uno de los textos más esclarecedores de lo que fue una época ritual donde pasamos del botijo a la carta de aguas, del celtas corto al habano y del vello púbico al depilado brasileiro, no sé si me explico.
El párrafo que Vázquez Montalbán dedicó al conflicto de la colza es uno de esos párrafos que espachurran, como el bichito de marras.
"... Se llega a la sospecha de que detrás de la coartada del aceite, evidentemente adulterado, hay un secreto de Estado ligado o bien al abuso de pesticidas agrícolas o a una fuga de vaya usted a saber qué misteriosas radiactividades, de esas que han traído los norteamericanos y que no pueden revelarse . Y mucho menos ahora, a pocos meses de distancia del silencio yanqui ante el golpe del 23F , justificado por el aún entonces secretario de Estado, general Haig, como un deseo de no intervenir en los asuntos internos de España".
Siguiendo con el juego, podemos ver reflejada la época de entonces en los espejos deformantes de nuestro presente, donde una epidemia ha globalizado el mundo hasta poner en un aprieto al hasta ahora sistema dominante en el campo económico. El viejo mundo agoniza, por decirlo de una manera gramsciana, pero está tardando en morir. Reacciona al impulso de la muerte y se aferra a su propia destrucción para seguir viviendo. De esta manera, el discurso falangista -imperante en nuestra Guardia Civil- se aviva, a la vez que se oculta bajo el sudario del Opus Dei. Es su manera de actuar, acorde con los tiempos.
Por eso, el intento de golpe de Estado ya no se produce a la manera garbancera de aquel que entró en el Congreso al grito de "Se sienten, coño", sino de forma sutil, empleando informes falsos y grabaciones clandestinas donde, en realidad, poco o nada se dice, aunque mucho se manipule. El otro día, Pablo Iglesias se lo puso claro a uno de los diputados de extrema derecha. "Yo creo que a ustedes les gustaría dar un golpe de Estado, pero que no se atreven".
En tiempos como los que estamos viviendo, se echa de menos el análisis de Vázquez Montalbán. Porque lo que hoy abundan son intentos de análisis político. Nadie llega al corazón de los hechos como él lo hacía, mezclando cultura popular con alta cultura, botijo y habano, vello púbico y voluntad gramsciana. Lean a Vázquez Montalbán y comprenderán mejor el presente que nos ha tocado vivir. Luego, mírense al espejo.