Cuando las primeras novelas de Ellroy llegaron a nuestro país, venían publicadas por las editoriales Bruguera y Júcar, en sus colecciones policíacas. Títulos como 'Sangre en la luna', 'A causa de la noche' o 'Mis rincones oscuros' (relato autobiográfico), lucían en las cristaleras de los quioscos...

Eran los años 80 y una descarga de balazos literarios atravesaba el imaginario colectivo. La novela negra empezaba a conquistar las calles y -gracias, de nuevo, a los quioscos de entonces -conocimos a James Ellroy; un autor norteamericano que retrataba con crudeza y lenguaje soez la corrupción policial y política en Los Ángeles, abarcando distintos estratos y periodos, desde los años 50.

Pero no he venido hasta aquí para hablar de tiempos pasados, sino del presente de James Ellroy y de su último título, 'Esta tormenta' (Random House), un relato de más de seiscientas páginas donde el escritor da voz a proxenetas, agentes corruptos, mujeres viciosas y demás fauna callejera.

Entre sus personajes destaca Hideo Ashida, un japo frío y contenido, de los que no dejan escapar sentimientos, que se nos presenta como un refinado experto en química forense. Estamos ante un personaje que no parece de carne y hueso, sino el resultado de la ingeniería robótica que ha proyectado Ellroy sobre él. Se trata de un verdadero demonio que nos sitúa en la II Guerra Mundial, tras el suceso de Pearl Harbor, un conflicto que ha traído la japofobia entre los norteamericanos. El japo Hideo Ashida es otra víctima más del odio que ha generado el ataque nipón; la ofensiva militar que incubó un trauma que todavía acompaña al país de las barras y estrellas.

'Esta tormenta' es la continuación de su anterior novela, 'Perfidia', donde Ellroy nos presenta por primera vez la ingeniería japonesa puesta a punto para hacer funcionar a Hideo Ashida por las páginas de un nuevo 'Cuarteto de Los Ángeles' que recorre los años de la guerra.

En la novela de Ellroy también sale un viejo conocido nuestro. Se trata del poli más duro de toda la jefatura: Dudley Smith; un fascista ante el cual, Ellroy no puede evitar sus simpatías. Todo hay que decirlo, y Ellroy ha conseguido crear con sus novelas un género aparte dentro del género negro: la fascio-ficción. Y mientras se trate de ficción, el fascismo siempre resultará tan grotesco como ridículo, es decir, una manera de facilitarnos el recurso higiénico de la catarsis.

Luego está la forma -el estilo de Ellroy- una manera sumarial de contar las historias de modo objetivo, sin implicarse del todo, pero echando, a su vez, un pulso a los personajes. Venciendo demonios y malas intenciones, James Ellroy mama de Mickey Spillane, nutriéndose con la violencia de su calostro negro, para luego vomitarlo con sangre y tropezones de plomo.

El fraseo corto, de pistola engrasadora, fulmina todo intento de superar su escritura. Aún así, viene a cuento citar a dos de sus discípulos más aventajados: Don Winslow -autor de narconovelas- y David Peace, al que ya se le conoce como el Ellroy británico. En su 'Red Riding Quartet', el escritor David Peace nos va contando cómo el destripador de Yorkshire aterroriza al condado mientras Margaret Thatcher abre más la zanja que separa a ricos y pobres.

En 'GB84', otra de las novelas de Peace -editada por Hoja de Lata- la primera ministra está nerviosa. El aviso de cierre de las minas de carbón lleva a los mineros a la huelga, y Margaret Thatcher encarga un trabajito sucio para que se efectúe desde el único lugar posible: las cloacas del Estado.

Año 1984, Gran Bretaña está al borde de una guerra civil y el escritor David Peace da voz a los piquetes, muestra la represión policial, nos contagia la lucha por la vida... 'GB84' es una intensa novela donde, lejos de la fascio-ficción, el autor demuestra que el estilo sumarial fundado por Ellroy no necesariamente ha de venir determinado por el fondo ideológico.

El prólogo, a cargo de Daniel Bernabé, es de esos prólogos que hay que leer aunque se dejen para el final. Nos sitúa en el escenario victoriano de la época Thatcher, un tiempo donde la política neoliberal falló -como era de esperar- y aún así, se siguió haciendo por otros medios, convirtiendo el Estado en una cloaca igual a un agujero negro por el que desaparece la gente que se aproxima a reclamar sus derechos.

Lo peor es que eso ha sido así desde siempre, desde mucho antes de que las primeras traducciones de las novelas de Ellroy apareciesen en las cristaleras de los quioscos.