Fue lo último que escribió Stefan Zweig antes de suicidarse, en febrero de 1941. Lo tituló 'Novela de ajedrez' y no sólo es lo mejor de Zweig, sino que bien podría ser la mejor novela jamás escrita sobre el ajedrez.
A grandes rasgos, lo que Zweig nos cuenta en dicha novela es la historia de un campeón mundial de ajedrez, un tal Mirko Czentovič que, estando de viaje en un barco que va de Nueva York a Buenos Aires, se enfrenta de manera amistosa a todo aquel osado que quiera echarle una partida. Así pasa hasta que un enigmático contrincante pone en apuros al campeón. Se trata de un hombre que ha sido víctima del nazismo. En el presidio, y para no volverse loco, ha jugado mentalmente cientos de partidas. Con ello se ha formado como profundo ajedrecista, capaz de intuir el rumbo de las piezas del contrario antes de que el contrario mueva pieza.
La historia que nos cuenta Zweig viene a cuento por lo ocurrido en el tablero político; un tablero que poco o nada tiene que ver con el del ajedrez, aunque Iván Redondo se empeñe en lo contrario y sacrifique peones en una partida que hace ya tiempo que está acabada. Porque Iván Redondo anda muy lejos de ser como el enigmático protagonista de la novela de Zweig. En todo caso, es lo contrario. Ahí donde el personaje de Zweig reflexiona y actúa de manera resoluta, con movimientos capaces de poner en jaque a su contrario, Iván Redondo se comporta con la torpeza propia de un principiante.
Lo que ha ocurrido en Murcia es el ejemplo. Con su movimiento, ha colocado en el centro del tablero a su contrincante, sitio estratégico donde en breve se va a jugar el final de esta partida que empezó hace apenas tres años, cuando Iván Redondo aprovechó el enroque de Rajoy y activó la moción de censura que llevó a Pedro Sánchez a Moncloa.
De la misma manera que Zweig se sirvió de la metáfora del ajedrez para criticar el nazismo, nosotros -salvando distancias- utilizamos la metáfora del ajedrez para hacer crítica al sanchismo, que es una corriente blanda que dice ser de izquierdas, pero que siempre acaba beneficiando al capital, es decir, a la derecha.
El sanchismo, de ser algo, es un significante vacío de significado. Para rellenar el vacío, Sánchez tira de Redondo, un mercenario que trata la política como mercancía y que colma de chatarra y baratija los huecos que él mismo deja al descubierto en cada improvisación.
Sin duda, estamos ante el final de una partida que van a ganar los de siempre, es decir, los malos.
La llegada de la extrema derecha es inminente. Se mastica en las calles. Pero claro, Redondo no pisa mucho las calles, las fetichiza con sondeos desde su despacho. Tampoco juega al ajedrez; si jugase al ajedrez sabría que cada peón es una pieza de mayor valor cuando alcanza el otro extremo del tablero. Y menos aun puede decirse que Redondo sea un hombre que lea a Zweig. Si leyese un poquito, aunque sólo fuese un poquito a Zweig, se daría cuenta de que el nazismo, el fascismo y la extrema derecha no son sino expresiones del capitalismo cuando el capitalismo entra en crisis. Las mismas expresiones que día tras día enciende Iván Redondo, desde su despacho en Moncloa.