Parece ser que Baudelaire tomó prestada la expresión "Paraísos artificiales" de una tienda de flores sintéticas. Con este título, escribió uno de los más bellos ensayos de todos los tiempos acerca de los efectos del vino, del hachís y del opio; tres venenos que le sirvieron para recrear su vicio poético.
En lo que respecta al hachís, el poeta francés proponía su consumo diluyéndolo en café muy caliente. Pero claro, el hachís del que nos habla Baudelaire se preparaba cocinado con manteca y espolvoreado con opio. No lo fumaba, sino que lo ingería. "Tomad una porción grande como una nuez, llenad con ella una cucharadita y poseeréis la felicidad", dejó escrito en un trabajo que hoy es una referencia cuando se trata el tema de las drogas.
En España, el poeta Baudelaire fue una influencia decisiva en autores como González-Ruano, quien le dedicó todo un libro repleto de barroquismos, una biografía escrita bajo el influjo de la toxicidad galopando por el macarrón de sus venas. Ruano era politoxicómano, y el hachís lo conseguía gracias a las buenas relaciones que mantenía con los moros que trajo Franco para arrasar España, cuando lo de la guerra civil.
Por aquel entonces, el hachís era la grifa con la que los legionarios se colocaban; la hierba del Diablo que los señoritos fumaban para igualarse con Dios o con Alá. Muerto Franco, el hachís se convirtió en materia prima de la progresía. No había asamblea sin sus canutos. En breve, desde la otra cara del mundo, llegaría la revolución de los ayatolá. Con ella, también llegó el exilio de gran número de iraníes que, cuando llegaron a España, se pusieron a la labor de traficar con heroína.
Los tiempos estaban cambiando. El gobierno del cambio, representado por Felipe González, aprovechó la situación para dar vía libre a la heroína y poner a la juventud a los pies del caballo. De esta manera, el sujeto revolucionario quedaría anestesiado por décadas. Pero volvamos al hachís, la resina de la planta de marihuana que se vendía por talegos -o por medios talegos- en forma de fichas; chocolate "apaleao", nada que ver con los huevos de polen fresco que se venden ahora, tampoco con las fumadas de "yerba" de hoy en día, en los clubes de consumidores de cannabis de nuestro país.
Con todo, el consumo del cannabis en España sigue rigiéndose por leyes franquistas, de cuando los moros que trajo Franco vendían la grifa. Si los de la bofia te ven dándole al canuto, te cortan el rollete. Pero ahí no se queda la cosa; los clubes de consumidores también sufren el acoso de las fuerzas de represión directa y, por consiguiente, el acoso judicial. Esto ha llegado hasta los pacientes que buscan en el veneno del cannabis un uso medicinal. Se sabe de sus efectos positivos en las personas que sufren cáncer.
Atendiendo a estos últimos, durante el estado de alarma que hemos vivido, la actuación del gobierno no ha sido la que se hubiese deseado en un gobierno que se dice de izquierdas. Hay aproximadamente 120.000 enfermos que necesitan el cannabis para paliar dolores. Hace unos días, el Ministerio de Sanidad respondió de una manera poco científica a la cuestión que planteaba la diputada del PNV, Josune Gorospe: "¿Cuándo tiene pensado el Gobierno acometer la regulación del cannabis para uso médico en el Estado español, dotando a las y los pacientes de los mismos derechos y garantías que ya disfrutan miles de pacientes de otros países del entorno?"
Pero para el Ministerio de Sanidad, el nivel de evidencia disponible parece que no es suficiente a la hora de recomendar el uso del cannabis, dando a entender que los 120.000 enfermos que lo utilizan para mejorar su calidad de vida lo consumen por vicio, es decir, por alcanzar ese estado donde -parafraseando a Baudelaire- la verdadera realidad sólo se alcanza en los sueños. Porca miseria.