Paul Auster, en su diario crepuscular titulado 'Diario de invierno' (Anagrama) nos cuenta cómo, tras una de sus innumerables mudanzas, y recién llegado a su nuevo barrio, sale a pasear, decidido a perderse por unas calles que resultan nuevas para él.
Llegando a una cancha de baloncesto, le sorprende la bandera que hay colgada en la alambrada. Se trata de una bandera nazi, con la esvástica al centro. Es entonces cuando Auster se acerca a los jóvenes que juegan al baloncesto para preguntar de quién ha sido la grosera idea de colgar aquel trapo.
Cada vez que esto sucede en nuestro país, cada vez que se denuncian símbolos nazis o soflamas fascistas, la persona denunciante es criticada por no respetar la libertad de expresión, convirtiendo así la grosería y la violencia en algo legítimo ¿En qué país que no sea el nuestro se le da tanta propaganda al fascismo?
En la ciudad sueca de Växjö hay una estatua dedicada a Danuta Danielsson, la mujer airada que arreó un bolsazo a un nazi durante una manifestación, honrando así la memoria de las miles de víctimas que dejó tras de sí el nazismo junto a su primo hermano, el fascismo.
Pero en España seguimos sin entender que no se puede dar cobertura al fascio. Es más, amparados en la libertad de expresión, ciertos pesebreros que salen en los medios de comunicación dan alas a la grosería. Ya puestos, al partido del gobierno, el PSOE, le beneficia que exista la extrema derecha. De esta manera los del PSOE no quedan como lo que son, es decir, como hijos de la derechona que se mueven al compás que marca el índice bursátil.
El otro día, en Vallecas, durante el mitin de la organización política que defiende el fascismo pudimos ver la respuesta legítima del pueblo ante tal provocación. Pocos periodistas señalaron la ilegitimidad de todas aquellas personas que optaron por el lado equivocado de la Historia.
Es triste, rayando en la vergüenza que, tras cuarenta años de dictadura y otros tantos de herencia, sigamos sin entender que la legitimidad poco o nada tiene que ver con la legalidad. Que el discurso legítimo es el que parte de abajo, del pueblo, y que las clases dominantes cuando sueltan a sus cachorros lo hacen superando los límites de la legitimidad.
Aunque la organización política de los fachas esté legalizada, así como sus mítines, no deja de ser una grosería tal legalidad. La misma grosería de ciertos periodistas que, amparándose en dicha legalidad, alcanzan el lugar común de la manida libertad de expresión.
Cuando en la cancha de baloncesto Paul Auster explica que la esvástica es un símbolo ancestral que instrumentalizó una pandilla de asesinos para dar significado estético a la caza de judíos en Europa, el joven baja la cabeza avergonzado y quita el trapo de la alambrada. Esto no ocurre en España, que debe de ser de los pocos países en los que ser fascista no resulta vergonzoso.
Necesitamos más conciencia crítica, más personas como Paul Auster, como Danuta Danielsson o como los vecinos de Vallecas. Sí. Los mismos vecinos que contestaron a la provocación de los fachas el otro día. Porque una provocación es una pregunta y cuando alguien pregunta, ese alguien merece respuesta. Eso es libertad de expresión. A ver si vamos tomando nota.