Ahora, que la sombra de la Tercera Guerra Mundial se proyecta sobre Europa, conviene recordar lo que para la gente de a pie supuso el impacto de los dos conflictos anteriores. Porque no sólo destruyeron vidas y ciudades, sino que nos cambiaron la manera de relacionarnos con el espacio urbano, surgiendo lo que se ha venido en llamar "la protesta del paseante".

Tras la Primera Guerra Mundial o Gran Guerra, el paseante -o las paseantes- protestaron bajo la influencia del surrealismo, esa corriente de vanguardia fronteriza entre el sueño y la realidad. Las caminatas, a través de las calles destruidas, no estaban sujetas a cálculo alguno, sino condicionadas por el azar. Tras la Segunda Guerra Mundial, el paseo se convirtió en juego; así, durante la Guerra Fría, ciudades como París pasarán a convertirse en espacios recreativos para el grupo de interpretación marxista capitaneado por Guy Debord y dedicado a "la deriva".

Para quien no lo sepa, "la deriva" es el fundamento de la ciencia urbana que se vino a llamar psicogeografía, un deambular juguetón e ininterrumpido a través de calles y recuerdos. Uno de los practicantes de la psicogeografía es el inglés Ian Sinclair, un tipo curioso que registra sus pasos en libros como el que hoy nos trae hasta aquí. Lo ha titulado American Smoke (Alpha Decay) y entre sus páginas sigue el rastro, primero de sí mismo, a través de sus recuerdos por la norteamérica que cruzó Jack Kerouac y sus amigos, los beatnik, para luego seguir deambulando por el México de Bajo el volcán, la novela maldita que llevó a Lowry a naufragar en el mezcal de una botella donde el gusano era semejante una criatura de Lovecraft, un monstruo viscoso que consiguió tragarse a Roberto Bolaño y convertirlo en un icono pop para los restos. Por eso mismo, Blanes es otro de los escenarios de este libro inmenso, inclasificable, traducido por Javier Calvo, como no puede ser de otra manera.

Una prosa terminal y escatológica a ratos, tierna y lírica otras veces, pero siempre escrita con el sabor de la resaca en cada una de sus derivas. Transitando a través de ambientes diversos, Sinclair consigue llevarnos de viaje por la otra cara de la literatura; la puerta de atrás, donde se dejó llevar Kerouac cuando Gore Vidal le invitó a formar parte de los Selectos Cielos del Arte.

Ahora, que todo apunta a que la inflación va a seguir subiendo décimas, culpa del trapicheo bélico que se trae Donald Trump con Europa en nombre de la paz, ahora, que todo parece definitivo, es momento de tomar las calles y protestar a la manera psicogeográfica, atravesando los distintos ambientes que nos ofrecen las ciudades y registrando todo lo que vayamos captando a nuestro paso.

Y una vez que hayamos conseguido material suficiente, enviarlo al ciberespacio en cajas blindadas, como si se tratase de satélites. De esta manera tan original quedará la evidencia de que un día hubo un planeta llamado Tierra donde el más inútil de todos los seres vivos, léase el ser humano, se lo cargó en beneficio propio. No hay otra.