El pasado 16 de julio se conmemoraron 50 años de la misión espacial que llevó al hombre a la Luna. El cohete fue lanzado desde Cabo Kennedy, en Florida, ante una multitud que se apretujaba en sus alrededores desde días antes. Nadie quería perderse el acontecimiento. Ni el soldado de permiso, ni la peluquera, ni tampoco el padre de familia que quería mostrar a sus vástagos el aspecto tangible del progreso norteamericano, frente a la amenaza tecnológica de Rusia.

Entre la maraña de gentes destaca una pareja formada por un hombre y una mujer. Son jóvenes. Ella es morena y de ojos grandes. La señalan porque la confunden con una actriz francesa de nombre Annie Girardot. Cuando él la rodea la cintura con su brazo, ella se muestra feliz. Le había conocido en París, una noche, en un bar de la plaza Blanche.

-¿Puedo sentarme? - había preguntado ella.

A lo que él accedió respondiendo:

-Puedes sentarte.

-Te invito a una copa.

-Normalmente se hace al contrario -aseguró él.

-Hay que saber cambiar de costumbres.

Poco después, él mismo acabará con la vida de los dos proxenetas que se oponían a que ella cambiara de costumbres. A uno le hizo desaparecer al fondo de un estanque. A otro lo ejecutó frente a una tapia, para que cuando la policía se encontrase con el cadáver, sospechase del compinche desaparecido.

-¿Te has divertido, cariño? -preguntó ella cuando vio entrar a su hombre por la puerta.

Esto es tan sólo un ejemplo de la dureza con las que han sido escritas las memorias de Jacques Mesrine, un tipo bronco, quemado por la pólvora y las noches en prisión; un hombre que sólo muestra ternura con los ancianos, los niños y algunas mujeres. Con el título 'Instinto de muerte' nos presenta su testimonio vital, publicado en castellano por la editorial Pepitas de Calabaza. Su lectura es inquietante. Las correrías de Mesrine bien se pueden identificar con las de Jean Genet en 'Diario del ladrón', texto que inauguraría una variedad de literatura autobiográfica caracterizada por no hacer concesiones a la hora de mostrar los rincones oscuros del ser humano. A esta variedad literaria pertenecen también las 'Memorias de un chulo' de Iceberg Slim publicadas por Capitán Swing y donde se nos muestra a un antihéroe del gueto que, a finales de los años sesenta, sacaba a a pasear mujeres negras sin bragas bajo la falda. No lo podía evitar. Iceberg Slim adoraba ser odiado.

Ya puestos, tampoco podemos olvidar en la lista de escritores delincuentes a Edward Bunker que con 'La educación de un ladrón', publicada por Sajalín, nos viene a contar cómo, después de todo, la vida en prisión no ha destruido su voluntad de hombre libre. Bunker compaginaría la escritura con su trabajo de actor. Recordemos su papel como Mr. Blue en 'Reservoir dogs', la primera de Tarantino.

Con todo, la autobiografía de Mesrine se ha convertido en la más excesiva en lo que a sangre se refiere. Como él mismo cuenta, la primera vez que mató a un ser vivo se arrepintió. Lo mató apretando el gatillo de una escopeta de caza. Era un pájaro. De los demás crímenes nunca se arrepentiría. Fueron muchos. Según él, se lo buscaron. En cada uno de ellos Mesrine revela la sangre fría de los tipos peligrosos; aquellos que llevan dentro de sí a un hombre sincero.

Mesrine vivió la cárcel en carne viva, fue perseguido y tiroteado; robó bancos por vicio, llegando incluso a hacerse un par de ellos, o tres, por día. "Buenas, vengo a sacar dinero", avisaba nada más entrar con su pistola por delante. También vivió el amor. Tuvo lo mejor, por eso lo peor no le daba miedo. Su compañera, Janou, le siguió en todas, jugándose el pellejo y la libertad. Entre otras muchas acciones, intentaron secuestrar a un millonario canadiense. Pero la cosa salió mal y tuvieron que cruzar la frontera. Llegando a Florida, decidieron no perderse el espectáculo del lanzamiento del cohete. Esa misma noche fueron interceptados por la policía en una autopista de Texas. Como bien señala el propio Mesrine en su autobiografía, una celda es lo más parecido a una tumba a la que, de vez en cuando, se levanta la losa para comprobar si el enterrado en vida sigue respirando.

El 2 de noviembre de 1979, en París, a las tres y cuarto de la tarde, Mesrine salió de su casa con Sylvie, su última compañera. Entraron en su coche y, en el mismo momento de arrancar, dio comienzo el tiroteo. Cincuenta policías acabaron con la vida del enemigo público número uno. A balazos. Otro ejemplo más del aspecto tangible del progreso cuando es manejado por las fuerzas del orden público.