Hay un lugar en la memoria donde la tinta salpica y los perros ladran. Se trata de un lugar ficticio que el olvido no ha podido desechar y al que regresamos hastiados cada vez que el presente se pone feo.

Su recuerdo permanece en el imaginario igual a una de esas balas que se alojan en la recámara y que se resisten a ser disparadas, a la espera de nuevo aviso. Hay veces que recibimos la alerta y es entonces cuando volvemos a encontrarnos con cualquiera de aquellos quioscos; una verbena de papel donde las revistas lucen los colores de la carne y donde el destape y la política se combinan con el fútbol y con la buena prosa. Porque se escribía bien, maldita sea, había cierta voluntad de respeto hacia los lectores. Llegados aquí, pido disculpas por tanto lirismo, pero es que ha muerto Paco Martínmorales y eso no ocurre todos los días.

Para quien no lo sepa, Francisco Martín Morales era un dibujante, un ilustrador, un viñetista o como quieran llamar al oficio más antiguo del mundo, ese que consiste en contar historias a través de imágenes. De esta manera, Martínmorales nos fue contando una época en la que el cadáver de Franco olía a muerto reciente y en el pudridero del Congreso se discutía acerca de cómo repartirse su herencia. Fraga, Felipe, Alfonso Guerra, Carrillo, Suárez y demás le daban a los juegos florales mientras el pueblo aprendía a pronunciar nuevas palabras como “consenso” “constitución” o “autonomía”. Sólo había dos canales en la televisión y contábamos con los dedos de una mano los años que llevábamos ejerciendo nuestro derecho al voto.

Los quioscos de entonces se abrían a una libertad recién estrenada que luego resultó ser falsa. Pero entonces no lo sabíamos, y de toda aquella chacota Martínmorales levantaba acta. Lo hacía con trazo fino, viñeta a viñeta, caricaturizando a nuestros representantes políticos y poniéndonos a pensar con una sonrisa.

Hay veces que el tiempo pasado nos vuelve a ladrar igual a un chucho cuya mirada brilla con la tinta húmeda de los recuerdos compartidos. Hoy es una de esas veces porque ha muerto Martínmorales, maldita sea, y el mejor homenaje que podemos hacerle es volver a ver sus viñetas; de atrás hacia adelante, desde los tiempos de la mal llamada Transición hasta la década pasada, cuando dejó de dibujar por culpa de un accidente doméstico.

En la secuencia de sus viñetas queda nuestra Historia más reciente pensada con el humor de un artista irrepetible. Se me vienen muchas al recuerdo, pero hay una viñeta que llevo en la cartera y que saco con tristeza cada vez que sale la discusión entre monarquía o república. Se trata de un ricachón de aquellos que Martínmorales dibujaba con pocos trazos; bombín, bigotito y banda cruzada al pecho. El citado lleva una pancarta donde se lee: “España mañana será lo que a mí me de la gana”.

Por estas y otras viñetas tan lúcidas, la bala que espera en la recámara de nuestro imaginario ha de ser disparada igual a una salva de tinta que nos salpique de buenos recuerdos. En memoria de Martínmorales.