¿Cómo puede ser que un cuadro malo a rabiar se haya vendido por 400 millones de euros? ¿Por qué alguien decide pagar tanto dinero cuando la mayoría de expertos avisaban de que no era un auténtico Leonardo Da Vinci? Dos claves: avaricia y mucha, mucha cara dura.
Todo empieza con unos señores que descubren el cuadro y, sin saber de quién es, deciden comprarlo por 8.000 euros. Se lo enseñan a una experta para que lo evalúe y ella les da la gran sorpresa: puede que se trate de un auténtico Leonardo.
Emocionados por el descubrimiento (y por los millones que esperan ganar), los dueños se lo prestan a la National Gallery de Londres. Allí los especialistas no se ponen de acuerdo. Tienen muchas dudas de que sea de Leonardo pero al museo le interesa tanto anotarse el punto del descubrimiento (y el dinero por la venta de entradas para verlo), que lo cuelgan como auténtico en sus salas.
El supuesto aval de la National Gallery dispara el valor del cuadro, que sube de la noche a la mañana hasta los 120 millones. Es aquí cuando entra en acción Christie's, la gran casa de subastas. Sus expertos también dudan que sea de Leonardo pero, por supuesto, no lo dicen. Al contrario: hacen una campaña mundial de marketing sin precedentes glosando las bondades de la pintura.
Y entonces llega un jeque árabe que tiene el dinero por castigo y muerde el anzuelo. En Abu Dhabi se acaban de hacer un mega museo y necesitan a toda costa un cuadro estrella para atraer al público. Se cree todo lo que le cuentan sin hacer preguntas y listo: 400 millones.
Por supuesto, nada más soltar la pasta empezaron a llegarle de todas partes estudios que niegan la autenticidad de su recien adquirido cuadro. Demasiado tarde. El timo ya está hecho.