Hay una gran polémica con la exposición sobre Goya que estos días se puede ver en el Museo del Prado. Resulta que los comisarios dejan entrever que este artista, quien más ha representado la tauromaquia, era antitaurino. Y claro, los defensores de los toros se han escandalizado.
Después de escuchar los argumentos de ambas partes, llego a una conclusión: ¿no pueden tener razón los dos? ¿No puede ser que le gustaran pero que los criticara al mismo tiempo?
Por un lado, parece evidente que Goya era muy aficionado porque se dedica a documentar los distintos lances y técnicas, algo que sólo un apasionado puede hacer.
Pero yo creo que, al mismo tiempo, ve el toreo como un reflejo del salvajismo y crueldad de la sociedad española de su tiempo. Porque se recrea en el sufrimiento del toro, en el de los caballos y, sobre todo, en el de las personas.
Goya era así. Por ejemplo, apoyó a los madrileños que se levantaron contra el ejército francés en la Guerra de la Independencia, pero al mismo tiempo criticó su violencia sin reparos, sin edulcorar, con toda su crudeza. Lo mismo hace con la tauromaquia. Se nota en sus grabados que le apasiona, pero no se engaña. Sabe que también es violencia pura y la usa para retratar la esencia de los españoles.
Quizá debamos aprender un poco de Goya. Darnos cuenta de que las cosas no son blancas ni negras, que puede que algo nos guste pero al mismo tiempo nos repugne. En definitiva, hay que aprender que la vida y el arte son demasiado complejos para etiquetarlos simplemente como bueno o malo.