Hoy os presento dos cuadros de un mismo acontecimiento pero que lo representan de forma radicalmente distinta. Representan a Lucrecia, personaje histórico que se suicidó después de ser violada.
Lo más importante de la primera pintura no es el sufrimiento de la víctima, sino, sorprendentemente, el erotismo de esta mujer. El artista la coloca con una postura reclinada y sugerente, la melena le cae por el cuello de forma sensual, la mirada es casi de éxtasis. Raro para un suicidio, ¿verdad?
En el segundo cuadro Lucrecia ya no aparece de forma erótica, sino expresando dolor. Aparta la mirada para no ver la terrible puñalada que se va a clavar. Muestra el torso desnudo, sí, pero sin sensualidad. Lo importante aquí es la mano que sostiene el cuchillo. Aprieta con fuerza, con rabia y odio, para poder clavárselo bien y no fallar. Es una mujer que sufre de verdad.
Si nos fijamos en los autores de estos cuadros vemos que el primero, el suicidio sensual, lo pintó un hombre… y el segundo, la víctima que sufre, es de una mujer. Artemisa Gentileschi, que antes de crear esto sufrió en sus propia persona la violación de su profesor. De ahí que refleje sin tonterías sensuales el sufrimiento de la protagonista.
Si buscáis en Google cuadros del suicidio de Lucrecia veréis que todos la representan de forma erótica y todos están pintados por hombres. Salvo este de Artemisia Gentileschi: mujer, víctima y con una mirada totalmente distinta.
Dos moralejas podemos extraer de aquí. La primera: qué diferente la visión de la misma historia de quien no la sufre (el hombre) y de quien sí (la mujer). Y la segunda: qué importante es mirar con detalle las cosas. Porque a simple vista parecían iguales, pero cuando nos paramos a observar ya no nos engañan tan fácilmente.