Hoy he terminado de pegar la colección de cromos del Mundial de 2018. Por algún loco azar de la vida conseguí todos las estampitas futboleras pero decidí no pegarlas hasta que a M, mi hijo mayor, le apeteciera hacerlo conmigo, porque una de las cosas por las que quería ser yo padre era para poder llevar a mis hijos al fútbol y al baloncesto y hacer colecciones de cromos juntos. Incluso H, que tiene tres años, de vez en cuando nos ha ayudado en la tarea. Ahora que se ha acabado tengo la euforia lógica (bueno, igual no tan lógica con 40 años, pero soy así) de tener un álbum de cromos lleno, pero el vacío de que ese ratito que era nuestro se ha acabado. Supongo que es una de las pequeñas derrotas que iremos acumulando mientras sigamos encerrados en casa, porque esto es como una vida paralela a la de siempre.
H me dijo el otro día que bajáramos las ventanas, que así no nos veía el coronavirus. A M creo que le da bastante miedo vernos desinfectar lo que compramos cuando entramos en casa, las pocas veces que salimos a hacer la compra. Ya preguntan cada día "cuándo van a matar el coronavirus". "Papá, ¿os ha dicho ya el presidente cuando vamos a poder salir a la calle?", me ha soltado hoy M. Evidentemente, cada día pienso más en que nos deberían dejar sacar a los niños algo, porque me da miedo que tenga consecuencias para ellos. También entiendo las reacciones en el norte de Italia a la medida de dejarlos salir allí, negándose: está todo tan mal y es tan precario que es normal.
Pero he de reconocer que mostrarme comprensivo con la idea de no querer que los críos salgan siquiera un segundo a la calle me genera la sensación de que los estamos sacrificando. Que nuestra inconsciencia la están pagando ellos. Que, una vez más, las partes no productivas de la sociedad son las últimas a las que prestamos atención… y me siento mal, claro. Pero lo que peor me hace sentir es pensar qué significarán estos días en sus vidas. Si se acordarán, si no, si simplemente será la primera de muchas cuarentenas que tendrán que vivir. Si estamos ante lo que nos cambiará para siempre. Ante lo que para mi madre fue la posguerra. Si nos quedarán tics personales que los niños pagarán. Si esto les va a dañar o solo será un recuerdo exótico.
'Ahora el miedo lo impregna todo'
Por eso ahora miro el álbum, con los cromos tan impecablemente pegados que me parece mentira que lo haya hecho un niño tan pequeño, y no sé si esto será uno de nuestros grandes recuerdos de la infancia de mis criaturas o un mamotreto de papel y pegamento que nos traerá un recuerdo funesto. Si las caras de los jugadores, sus camisetas, la felicidad que es un Mundial lo ganes o no, será para siempre motivo de sonrisa o de llanto. Yo ya sé que estos días van a marcarme para siempre, pero no quiero que sean un sello a fuego en la piel de mis hijos. Porque ser padres es, sobre todo, pasar miedo. Y ahora el miedo lo impregna todo. Hasta unos tristes cromos.