Los chinos de mi barrio dueños de comercios cerraron una semana antes de que Pedro Sánchez declarara el estado de alarma. En el grupo de padres de Whatsapp, las familias chinas de las dos compañeras de mi hijo M anunciaron que no llevarían a sus hijas a clase tres días antes de que se suspendieron las actividades de los coles en Madrid. Yo no hice prácticamente nada hasta que Italia cerró el país, que ahí ya sí que me cagué.
Leía al exministro Miguel Sebastián estos días hablando de la soberbia de los europeos cuando llegaron las alertas desde China. Él sí lo vio venir, se ve, porque lo dijo. Es de los pocos que lo advirtió de verdad y, además, su discurso es bastante constructivo, porque revela (y con razón) una superioridad moral europea que nos la aplicamos constantemente en muchas cosas y hace igual un par de décadas que no somos ejemplo de casi nada. Esto, que nos debería servir, y a mí el primero, de lección y de aprendizaje se está utilizando en España para sacar ventaja. Política, moral. Muy poca gente está impoluta en esta situación. Por desconocimiento la mayoría de las veces, por soberbia unas pocas. Todos supongo que tenemos un poco de las dos.
Pero de lo que yo quería hablar de otra cosa, y es de lo que vengo reflexionando últimamente: si no había en ese no hacer caso a los chinos que tengo cerca pero sí al cierre de Italia un prejuicio mío. Personal, íntimo. Hay que decirlo, racista, o al menos una especie de superioridad intelectual europea que me da bastante pena reconocer, por el lugar tan lamentable en que me deja. Pero lo he pensado mucho y creo que sí, que algo de eso hay en mí. Y me resulta triste, porque siempre intento quitarme de encima este tipo de cosas, trabajo para hacerlo, pero de vez en cuando se ve que salen. Esta vez ha sido una de esas. Que me sirva esta circunstancia y las palabras de Miguel Sebastián para que no vuelva a pasar.
Descubrirme un prejuicio racista me hubiera supuesto semanas de comerme la cabeza y fustigarme en otras circunstancias, pero me lo he tomado con bastante autoindulgencia en ésta. Me duele, sí, pero no va a hacer falta terapia ni me voy a sentir un mierda durante un mes. Supongo que, al contrario que mucha gente, he aplicado una especie de estado de excepción moral en el que intento juzgar lo menos posible a todo el mundo, incluso a la gente que creo que está haciendo cosas terribles, como sacar ventaja a posteriori.
Lo que sí espero es que cuando se acabe el confinamiento sea capaz de mirar a los chinos de mi barrio de otra manera. No sé si les pediré perdón, porque igual ahí me paso, pero igual sí que les digo que anda que no tenían razón ellos cuando nos advertían de palabra y obra de la que se nos venía encima y no les hicimos caso. Y lo mismo les da igual, pero oye, muchos ya llevan mogollón de tiempo en España y algo de nuestra cultura les irá impregnando. Y todo el mundo sabe que a un español le gusta más tener razón que ser guapo. Ellos la llevaban y nosotros no. Para la próxima, me lo apunto: que no haya un 'ellos' y un 'nosotros'.