La vida de turnarse para trabajar, hacer las cosas de la casa y cuidar de los hijos en una casa no demasiado grande tiene ciertas servidumbres. Por ejemplo: es realmente complicado intentar concentrarse cuando oyes gritos y carreras infantiles o cuando, por mucho que el padre o la madre lo intentemos, uno de tus hijos (o los dos) entran en el pequeño despacho donde tienes el ordenador a contarte que acaban de ganar una partida al parchís. Por eso, hay que ser muy tajantes a la hora de dar órdenes: "No, no podéis entrar a hablar a mamá o a papá hasta que no acaben de trabajar".
(Nota aclaratoria: si dos padres turnándose tienen muy difícil teletrabajar con dos hijos pequeños, ya anuncio a las autoridades y a los jefes del mundo que hacerlo si es solo un progenitor es IMPOSIBLE. No existe el teletrabajo con hijos si estás solo. No inventen ni exijan: no se puede hacer. Es imposible).
El caso, decía, es que esa norma de no molestar al que trabaja hay que llevarla a rajatabla porque si no, hacerlo es todavía más complicado. Hoy M, mi hijo mayor de seis años, me ha preguntado si podía ir a contarle una cosa a su madre mientras curraba y le he dicho que no, claro. Se ha ido al salón mientras yo empezaba a hacer la comida y le he oído decir: "Hola, mamá. Es que papá me ha dicho que no podía entrar a verte pero no ha dicho nada de que te llamara por teléfono".
Aparte de maldecir el día en el que le enseñamos nuestros números de móvil por si se perdía y el que aprendió a usar el fijo, la verdad es que me he reído, porque es objetivamente gracioso, pero me ha sentado como una derrota: ya me vacila. Y no solo a la manera desesperante e inocente con la que lo hacen todo el rato él y su hermano H, sino que intelectualmente ya me reta y me gana. Es un paso tremendo que te hace sentir dos cosas: alegría y orgullo por ver cómo progresa y lo espabilado que es y un fondito de amargura porque, sí amigos y amigas, cada vez me necesitan menos.
Una vez me dijo un taxista una cosa que no se me olvidará nunca. Me monté con M y me estaba dando mogollón de besos. El conductor miró por el espejo y sentenció: "Aprovecha ahora a darle muchos besos, porque llegará el día en que no los quiera". ¿Me animó la carrera? Pues no, las cosas como son, pero sí que me puso sobre aviso de algo que pasará. Serán muchas las derrotas y serán graves. Y habrá que asumirlas.
Por eso, padres y madres del mundo que estáis intentando teletrabajar con hijos y que os sentís culpables porque al principio de la pandemia estabais orgullosísimos de que lo conseguíais sin enchufar a vuestras criaturas a una pantalla y ahora están viendo más tele que el niño de 'Sigue soñando': no os sintáis derrotados. No os lo merecéis porque sois unos titanes. Y porque, mira, M ahora está viendo tele como no ha visto en su vida y no solo no tiene el cerebro frito, sino que me gana retos intelectuales sin despeinarse. Ánimo, que podemos.