No le puedo negar al confinamiento la capacidad que me ha dado para pensar y repensar. Reniego del discurso de que esta crisis es una oportunidad (ninguna lo es) y menos con miles de muertos sobre la mesa, pero es verdad que este parón en el mundo da para analizar en profundidad muchas cosas. Al principio de todo esto (hace un mes pero parece que hace dos años, supongo que nos pasa a todos) me enervaba la frase “éramos felices, pero no lo sabíamos”. Mantenía yo que si no sabíamos que éramos felices es que éramos, básicamente, gilipollas. Pero ahora me empiezo a plantear si es que no es al revés: si “no éramos felices y ahora lo sabemos”.
Se viene una forma de abuso psicológico que consiste en presentar información falsa para hacer creer a la víctima que está loca y que lo que ha pasado en realidad no ha sucedido
Una persona muy lista, que se llama Edu, me mandó un artículo que me ha dejado pensando. Se llama “Preparaos para la Gran Luz de Gas” y es de un cineasta norteamericano llamado Julio Vincent Gambuto. En él, Gambuto advierte de que nos van a intentar hacer luz de gas, es decir, que se viene una forma de abuso psicológico que consiste en presentar información falsa para hacer creer a la víctima (en este caso, todos nosotros y nosotras) que está loca y que lo que ha pasado en realidad no ha sucedido. Explica el autor que cuando esto acabe todos buscaremos volver a sentirnos bien, lógicamente. Y que desde la publicidad y la política se tratará de hacernos volver a ver que lo que nos va a devolver a la normalidad será consumir. Ya sabéis, los anuncios de esos productos que no te prometen calmar la sed, que un coche te va a llevar más rápido y seguro al trabajo o que un viaje te va a permitir descansar de la rutina. Son esos anuncios que te dicen que sus productos te dan la felicidad, el éxito o te hacen ser especial.
Alerta el autor de una campaña, desde mensajes políticos de toda tendencia, publicitarios a redes sociales, que tratarán de hacernos luz de gas: lo que pasó no pasó, el mundo no merece la pena ser repensado, los deseos de cambiar de modo de vida que tuvimos no existieron y que sí, es verdad que las fotos de los cielos sin contaminación y ver que el aire era más puro cuando salíamos de casa estaban bien, pero nada comparado con trabajar dos horas más para tener el dinero suficiente para comprar un bolso de marca. Posiblemente, dice Gambuto, esos sueños ya los teníamos antes, porque en general somos buenas personas que queremos un mundo más sano y tranquilo para nuestros hijos, pero estamos demasiado ocupados produciendo y haciendo lo siguiente que haya que hacer para tener dinero para pagar el carísimo alquiler que soportamos.
Ya he visto mensajes por ahí de “no vamos a cambiar en nada porque somos la mierda”. Bueno, es posible. También es probable que todo esté muy bien engrasado para que no repensemos nada, porque si lo hacemos se caen demasiadas estructuras. Pero al menos ahora tenemos la oportunidad de pararnos a trazar un plan. Y de estar alerta por si nos hacen luz de gas: lo que ha pasado ha pasado, la gente que ha muerto tiene un porqué (y no es la mala suerte) y podemos repensarnos el mundo. Porque, quizá, no éramos felices y ahora lo sabemos.