Vuelvo al trabajo. Mañana me reincorporo a Zapeando y saldré de casa para currar, en uno de mis varios empleos, por primera vez en 53 días. He tenido la suerte de que, aunque se me han caído bastantes cosas, he podido seguir teletrabajando en algunas de mis tareas remuneradas y, por lo tanto, me he podido mantener a salvo y minimizando al máximo los riesgos. Me sigo considerando una persona confinada porque no voy a salir para nada que no sea estrictamente lo necesario (comprar comida, sacar a los niños, trabajar) pero supongo que ahora empieza para mí una nueva fase.
En esta etapa vuelvo a ser un privilegiado. Un coche me esperará a la puerta de casa y me llevará al trabajo, y lo mismo de vuelta. Por las medidas que se han tomado, desarrollaré mi profesión en un entorno muy seguro y volveré a ganar un dinero muy por encima de la media. Mi familia está bien y la muerte no ha llegado a círculos muy cercanos a mí. Yo estoy sano, he vivido el confinamiento total con los problemas de todo el mundo pero manteniendo mi salud física y mental razonablemente intacta. Económicamente he perdido bastante dinero, claro, pero no voy a tener ninguna dificultad para seguir adelante con un nivel de vida muy bueno. Es decir, que soy de los que han salido bien parados de todo esto, de momento.
Bueno, pues aun así, sabiendo que soy un privilegiado, pensando en cómo lo tiene que estar pasando la gente a la que ha golpeado la muerte, la enfermedad y la ruina económica, no puedo evitar sentir miedo y angustia. Me da envidia la gente que quiere salir de casa, aunque sea a andar. Yo simplemente no tengo ganas de hacerlo. Primero, porque andar para nada no me parece un plan lo suficientemente emancipador como para que compita con la sensación de estar en la seguridad de mi casa. Segundo, porque no sé si voy a querer salir después.
Ya he leído que lo llaman síndrome de la cabaña y puede que lo tenga. Se ve que es no querer salir de donde estás, aunque este no sea el lugar ideal, porque te sientes seguro. Que lo tienen a veces presos y secuestrados. No sé si llegaré yo a tanto, pero sí que la oferta de lo que haya fuera tiene que ser bastante mejor de lo que hay para abandonar estas cuatro paredes. Pienso en posibles planes que no sean ver a mi madre o acompañar a los niños en algo que hagan y no veo la razón para ponerme unos vaqueros. Yo, que antes de esta pandemia desayunaba dos veces en sendas cafeterías, solo para no estar en casa. Yo, que escribí un par de libros en bares porque me agobiaba hacerlo en mi salón. Yo, que me llevaba la tablet con contenido descargado y unos cascos para ver lo que podía ver en mi tele de 50 pulgadas porque hacerlo fuera me parecía siempre la mejor opción.
Que sea un cambio temporal o permanente me preocupa poco, la verdad. No sé si añoro la vida de antaño o estaré bien en la nueva normalidad, en la que se podrá hacer lo de antes pero con muchas medidas de seguridad personal. Quizá mi elección sea estar más en mi cabaña. Que la vida haya cambiado para siempre. Visto lo visto por ahí, y siendo un privilegiado como soy, que todos los males fueran ese.