Es imposible descifrar por qué todas esas moléculas se juntan de una manera específica para que existamos.
Por qué, de pronto, la vida.
Por qué estas manos, este rostro, por qué somos capaces de imaginar y construir rascacielos, por qué soñamos, por qué el amor, por qué aquella tristeza y el miedo, por qué las guerras o la esperanza o la ansiedad o la euforia.
Por qué somos capaces tener hijos y de comernos a un animal.
No sabemos por qué ahora estamos aquí y al momento siguiente podemos no estarlo.
Con el mismo gesto que apartamos el pelo de la cara a la persona amada.
El planeta hace caer un árbol, se rompe la cuerda, se obstruye la vena.
De pronto, el fin.
No existe explicación para el accidente.
Sucede.
Y lo que antes funcionaba en una armonía invisible.
Con pasmosa facilidad.
Se cae, se para.
Te estropeas y te acabas.
Nos terminamos con la misma indiferente fragilidad que una telaraña es arrollada por el paso de un elefante.
Aunque no nos hayamos enterado hoy alguien ha muerto.
Lo mismo que ayer y antes de ayer y si resulta que hay mañana también alguien morirá.
Todos y todas lo haremos.
No sabemos cuándo o dónde.
Pero es la única certeza que tenemos.
La de que un día nuestras partículas se separarán y saldremos despedidos del mundo y volveremos al polvo de estrellas del que vinimos.
Pensar en la evidencia de la muerte no le resta luminosidad a la vida.
De hecho, saber que moriremos, lo que le da es valor.
Un valor profundamente hermoso a esta temblorosa existencia.
Porque lo importante, lo que de verdad tiene relevancia, es lo que hagamos antes del accidente.
Hoy alguien no puede responder al teléfono.
No puede sonreír ni quejarse ni tocar ni contestar ese mensaje que había dejado para luego ni enfadarse ni engordar ni fracturarse la muñeca ni olvidar ni perdonarse ni perdonar ni sentir miedo ni bañarse en el mar ni volver al lugar en el que nació ni decir te quiero ni sonarse los mocos ni abrazar ni quedarse en números rojos ni quedarse sin luz ni nada.
Hoy lo único que queda de alguien es la memoria.
El recuerdo atado a la emoción.
Algún día no podremos decir que ya veremos.
Que ya lo intentaremos.
Que seguro que aparece alguien.
Que hay tiempo.
Algún día no habrá tiempo para pensarnos las cosas.
No habrá otra oportunidad.
Mientras tanto.
Lo único que podemos hacer es amar el instante.
Es tomar conciencia del privilegio que es seguir respirando.
Es continuar con ese brillante legado colectivo.
Que supone vivir.
Cuando otros ya han muerto.