Recientemente se han introducido cambios en el lenguaje de varios libros infantiles del escritor fallecido Roald Dahl.
Cientos de palabras, como 'gordo' o 'fea', han sido modificadas para adaptar los libros al disfrute de los 'niños de hoy'.
Existe una tendencia a drenar el conflicto del mundo.
A dulcificarlo, simplificarlo, volverlo algo cómodo.
La realidad es del todo menos cómoda y el mínimo de toda ficción es el de producir realidad.
De hecho es la ficción un lugar perfecto en el que poder analizar la incomodidad.
Desde el que poder pensar.
¿Qué espacio le estamos dejando a la gente joven si eliminamos la posibilidad de pensar?
Si convertimos su aprendizaje en cajas de resonancia con ecos de conformidad.
Si la única posibilidad que les proporcionamos es la de asentir.
La de unos personajes que les representen.
Hay personas feas y gordas.
También hay personajes que se comportan 'mal', que se equivocan y que incluso se redimen o no.
Ese arco vital es fundamental para entender la existencia como algo complejo.
Como algo que está sujeto a cambio, a modificación, y por tanto a aprendizaje.
Porque para oponerte a algo tienes que conocer ese algo.
Para decidir sobre cómo comportarte has de saber cuáles son tus opciones.
Pedir que la cultura sea un lugar libre de censura es un derecho.
Es un valor propio de cualquier democracia.
Es algo que hay que defender.
Porque: ¿Quién determina lo que es posible o imposible en una ficción?
Podríamos decir que lo hacen 'los buenos' porque son los que opinan como yo.
Pero si prohibimos o modificamos, si hacemos un tachón a la memoria, si empezamos con el borrón y cuenta nueva.
Estaremos legitimando que quienes no opinan igual hagan lo mismo.
Que se reescriba un libro con un personaje LGTBIQA+ para que sea heterosexual.
¿Quién podría entonces quejarse de que eso se haga si hemos hecho lo mismo?
Yo creo que no debemos tratar a las personas jóvenes como si fuera imbéciles.
Porque no lo son.
Tenemos que proporcionarles las herramientas y la libertad suficiente para que sean capaces de construir un sentido común.
Para habitar aquellos libros, películas o piezas teatrales que proponen una forma de ser distinta.
Que se alejan de ellas mismas.
Que dinamitan los propios confines de sus mentes y sus cuerpos.
Que les hacen crecer.
Sobre todo hay que animar a la gente a que se acerque a esos espacios.
Porque jamás nadie ha aprendido nada de un igual.
Jamás se ha transformado nada sin los otros.
Porque sin el otro.
No hay nada.
No hay nadie.
Por eso lo que tendríamos que pretender es tener siempre una ficción.
Que haga honor a la verdad.