Este año no nos dejemos vencer.
No permitamos que nos conviertan en esos cínicos y odiadores que ya no creen en nada.
Resistámonos a la venganza.
Al punitivismo.
Al ojo por ojo.
A hacer lo mismo que nos han hecho.
Cultivemos la compasión sin caridad.
Hagamos pedagogía de los afectos.
Escuchemos a quien piensa diferente.
Usemos las palabras sin herir.
Dejemos esta guerra y este querer ganar y estos zascas.
Esta búsqueda del aplauso por ver quién puede hacer más rápido daño.
Dejemos de acosar y cancelar a las personas.
Porque qué les decimos entonces a los que vienen detrás.
¿Qué les estamos enseñando?
Reivindiquemos la amabilidad como algo colectivo y político.
Corriendo el riesgo de no parecer inteligentes.
Asumiendo que puedan pensar que somos ingenuos.
Hagamos de la ternura una revolución.
Porque allí donde esperan que no tengamos esperanza estaremos juntándonos.
Ayudándonos.
Es lo que hemos hecho siempre.
Este año hagamos menos ruido.
Elijamos mejor nuestras palabras.
Intentemos hacer de la empatía una bandera.
Pongámonos en el lugar del otro porque podrías ser tú.
No hay tanta diferencia.
Porque no sabemos qué hacemos aquí.
Ni cuánto tiempo nos queda.
Relativicemos.
Pensemos si merece la pena.
Seamos más honestos, cuidemos más.
Firmemos un compromiso con el instante que es lo único que tenemos.
No dejemos que el miedo lo devore todo.
Defendamos lo que es justo y necesario.
No solo para nosotros sino también para los demás.
No señalemos a los malos para ser los buenos.
Para quitarnos culpas.
Asumamos la sombra y la incertidumbre como parte de nuestras existencias.
Digamos más veces lo que sentimos.
Todo el rato.
Porque una vez será la última vez.
Este año hagamos como si fuera el primer año de nuestras vidas.
Porque lo es.