Esto es lo que señaló de manera muy acertada Ana Blanco en el debate electoral a 5 (hombres) antes del inicio del bloque de política social e igualdad: "Me van a permitir que haga una referencia a la foto de este debate con cinco candidatos y ninguna mujer presente. Supongo que hablarán de la paridad, pero en este momento la foto que hay no es de igualdad".
No se inventa nada Ana, la realidad era la que era y la imagen era la que se proyectaba: Si las mujeres son más de la mitad de la población, ¿dónde estaban?
Esta foto lo único que pone de manifiesto es la lacerante infrarrepresentación que tienen las mujeres en los espacios públicos.
A partir de los seis años las niñas empiezan a pensar que los niños son más capaces que ellas.
Pierden así confianza en sus posibilidades y renuncian a determinadas actividades.
Esta percepción sobre sí mismas se ve reforzada por el hecho de que los referentes de liderazgo son casi siempre masculinos: ellos son los que pueden disputarse el poder y ellas son las que están hechas para el amor y los cuidados.
Los estereotipos de género aniquilan la opción de que muchísimas mujeres se nombren a sí mismas de otra manera.
Que muchos de sus sueños se encuentren secuestrados.
Por eso mismo son necesarias las normas que obliguen a la paridad como las cuotas, porque ojalá no hicieran falta y las personas fuéramos lo suficientemente responsables como para tener en cuenta a las mujeres igual que a los hombres, pero no es así.
La ausencia de igualdad es un estrepitoso fracaso de nuestra sociedad.
Porque, evidentemente, no es casualidad que en el debate electoral los candidatos a la presidencia del Gobierno fueran todos hombres.
Tampoco es que ninguna mujer se lo merezca porque ellos son los mejores.
No.
Esto tiene que ver con el suelo pegajoso, el techo de cristal y el techo de cemento que forman parte de la existencia laboral de todas las mujeres.
En un momento tan crucial en la consecución de la igualdad real como el que vivimos, en el que el movimiento feminista es capaz de ejercer presión para que se modifiquen leyes y para marcar las agendas políticas, es desolador comprobar cómo las mujeres siguen importando tan poco.
Porque ese es el mensaje que se está lanzando: Que llegado el momento de la verdad ellas no son tan valiosas como ellos.
Porque cuando los hombres han de dar un paso hacia detrás para que las mujeres también tenga su oportunidad.
No lo hacen.
Decía Pablo Iglesias en el debate que esperaba que esta fuera "la última vez que hay un debate para la presidencia con solo hombres".
Y lo afirmaba como si fuese algo externo a él mismo, como si no fuese algo que depende de los propios partidos políticos, como si se tratara de una desgracia, un accidente, una tormenta, algo inevitable.
Lo curioso es que podría haber sido la primera vez que hubiera un debate para la presidencia con mujeres con un gesto tan sencillo (y sin coste económico alguno) como decidir que Irene Montero fuera la candidata de Unidas Podemos a la presidencia del Gobierno.
¿Cómo va eso de esperar algo si no se hace nada para cambiar ese algo?
¿Esperamos hasta que se obre un milagro?
Porque si se sigue haciendo lo mismo el resultado será siempre el mismo: debates para la presidencia en los que solo hay hombres.
Es urgente y necesario que el poder sea un sitio también para las mujeres.
Aquel poder que es capaz de incidir y cambiar y mejorar la vida de las personas.
Tenemos ejemplos cercanos de cómo Ada Colau, Manuela Carmena o Mónica Oltra han gestionado ese poder.
Ejemplos que demuestran que existe otra forma de hacer política.
Ahora que empiezan todas las mujeres de este país a trabajar gratis hasta final de año como consecuencia de la brecha salarial.
No estaría mal que nos dejáramos de hablar de igualdad para quedar bien.
Y la empezáramos a practicar.