Todas las fotografías de 1985, el año en el que mis madres me regalaron la primera muñeca que pedí a los Reyes Magos, están desenfocadas.
He de reconocer que yo aquel año no las tenía todas conmigo.
A pesar de haberme portado bien y saber que no merecía carbón (vaya chantaje) en el colegio me habían hecho dudar de si los Reyes Magos eran tan magos o por el contrario eran reyes que juzgaban lo que les pedíamos.
— Eso es de niñas, no te lo PUEDES pedir— me dijo un niño feo o que mi memoria recuerda como feo por lo feo que me decía.
Hasta aquel momento no había sentido ninguna inquietud por mis gustos.
Porque en mi casa mis madres nos dejaban a mí y a mi hermana melliza ser.
Así que nadie jamás nos dijo que no podíamos elegir un color o que había cosas que los niños no hacían porque eran de niñas ni cosas que las niñas no hacían porque eran de niños.
Mi madre siempre decía: Tú sé niño o árbol, pero tienes que ser libre.
Y fue en esa libertad en la que me eduqué.
Ojalá el mundo se hubiera parecido más a mi casa y menos al mundo.
Por eso me gusta tanto esta foto.
Porque ahí estoy siendo yo.
El problema es que fuera no me dejaban.
Llevé esa muñeca al colegio y me insultaron.
Me marcaron como el marica de la clase.
Y yo no sabía qué significaba la palabra maricón.
Pero sabía que no debía ser algo bueno porque iba acompañado de la palabra mierda.
Porque la gente del colegio se apartaba de mí.
Como si tuviera algo contagioso.
La Barbie no estaba enferma.
Y yo tampoco.
Me gusta pensar que las fotos en las que tengo mi primera muñeca están desenfocadas porque mi familia no podía ser enfocada.
Porque al no ser como las demás era muy complicado etiquetarnos.
Aceptar la diversidad supone siempre salirse del foco.
Estar dispuesto a que haya algo que no ves del todo nítido, que lo ves del todo claro, pero que sin embargo existe.
Siempre pienso que de pequeño a mí me dieron el poder de la diversidad.
Ese que pasa por comprobar que esto que nos rodea es siempre mucho más profundo, complejo, hermoso y escurridizo de lo que nos quieren contar.
Un poder que me ayudó a no juzgar a los demás.
A comprender que lo importante no es quién te deje de hablar por ser tú mismo.
Es aprender a descubrir quién te habla cuando no eres tú.
Lo importante es comprobar quién te respeta cuando no mientes.
Cuando no te traicionas.
Mis madres me trajeron aquello que pedí: lo que me hacía feliz a mí, no a ellas.
Y tal ves esa sea la verdadera magia, el verdadero amor, de mis reinas magas.
Quererme tanto.
Como para respetar la persona que era.
A pesar, incluso, de ellas.