Nunca fui el hombre que esperaban que fuese.
Siempre demasiado sensible.
Demasiado femenino.
Demasiado poco hombre.
Débil.
No me gustaban las cosas que le tienen que gustar a los chicos.
No me interesaba el fútbol: prefería leer.
Y ya sabemos que leer es de maricas.
No participé en esos rituales masculinos de demostración de fuerza en público.
Yo hacía cosas “de chicas”.
Sentarme tranquilamente en el patio del colegio o saltar a la comba.
Jugar con muñecas.
A mí me hicieron sentir que existía algo malo en mi forma de ser.
Que yo era medio hombre.
Que había algo torcido en mí, algo raro, extraño y malo.
Que tenía que aprender a comportarme de otra manera si quería ser normal.
Si quería ser aceptado.
Intentaron que me construyera como el resto de hombres.
Que dejara a un lado mi pluma, mis gustos, mi ser.
Que traicionara lo que yo era para complacer a la expectativa del mundo.
Que me fabricara de manera que nadie pudiera sospechar de mí.
Que no cuestionara con mi simple existencia nada.
Que no fuera incómodo.
Que fuera uno más.
Durante un tiempo pensé que esa sería la solución.
Que si me hacía el macho entonces sería aceptado.
Que podría camuflarme y así no me harían daño.
No me usarían como excusa para sacar lustre a su masculinidad.
No sería la otredad que se utiliza para conformar la unicidad.
Pasaría desapercibido y el dolor del rechazo desaparecería.
Pero no fue así.
Lo único que hice al plegarme a la idea de hombre fue desaparecer yo.
Fue encerrarme detrás de unos barrotes.
Fue dejar de ser libre para que los demás no me tuvieran miedo.
Fue traicionarme.
Hoy sé que no hay una forma correcta de ser hombre.
Que, de hecho, la mejor forma de ser hombre es aquella que no le debe nada a ningún hombre.
Que no mantiene un diálogo colectivo masculino que se basa en ser lo opuesto a algo.
Aquella que no está vigilando para castigar a los hombres que se salen del camino de la hombría.
La mejor forma de ser hombre es aquella que desanda los pasos.
Que vuelve a la encrucijada.
Para plantearse si el camino que se tomó fue el elegido o el debido.
Si no habrá otro medio de llegar.
Uno.
En el que el destino.
Se alcance con más cuidado.
Evitando dañar a los demás.