El padre metió al bebé recién nacido en una maleta y lo lanzó al río Besòs. En el año 2019, una chica de 16 años dio a luz en un hostal de l’Hospitalet de Llobregat. Lo hizo junto a su pareja que tenía su misma edad. No se escuchó nada, ningún grito, ningún ruido, dejaron la habitación limpia. Ella había pedido ayuda para abortar en los servicios sociales, pero la ley vigente (por la reforma de la ley de protección de menores llevada a cabo por el Gobierno de Mariano Rajoy en el año 2015) en ese momento exigía el consentimiento expreso de sus representantes legales para hacerlo. Quizás ella tenía miedo a las represalias de sus padres, quizás sabía a ciencia cierta que, de contarlo, la obligarían a tener al bebé. Por eso ocultó su embarazo hasta que empezaron las contracciones y entonces alquiló junto a su pareja una habitación en un hostal. Después del parto, él metió al bebé recién nacido en una maleta y lo lanzó al río Besòs. Al salir dejó la maleta vacía entre unos arbustos.
Si la joven se hubiera quedado embarazada en el año 2012 hubiera podido abortar. Lo hubiera podido hacer gracias a la Ley de Libertad Sexual del año 2010 promulgada durante el Gobierno de Zapatero. Una ley que tuvo mucha polémica justo por este punto en el que se dotaba de autonomía a las chicas menores de 16 y 17 años cuyo consentimiento era suficiente para la interrupción voluntaria del embarazo comunicándoselo al menos a uno de los representantes legales, salvo cuando la menor manifestara que dicha comunicación podría producir el peligro cierto de violencia intrafamiliar, amenazas, coacciones, malos tratos, o se produjera una situación de desarraigo o desamparo. También hubiera podido abortar hoy, en 2023, gracias a la muy necesaria reforma de la Ley del aborto llevada a cabo por el Ministerio de Igualdad del Gobierno de coalición.
Lo que es inconcebible es que los derechos dependan de quién gobierne, que dependa del día en el que te suceda algo para que tu destino pueda ser uno o el contrario. Que sea una cuestión de suerte. Porque si hay un cambio de Gobierno en las próximas elecciones y obtiene el poder la derecha pactando con la ultraderecha y deciden (que lo decidirán, cómo no, por una cuestión de imposición moral) reformar la ley del aborto y derogar de nuevo este punto y una menor (una menor pobre, claro, porque si es rica ya sabemos que podrá irse a abortar a un país en el que sea legal) se queda embarazada se verá abocada a sufrir, a no saber qué hacer, a intentar taparlo, a hacerlo en clandestinidad, a poner en riesgo su salud, a sentir tanta culpa y miedo que quizás quiera deshacerse de esa 'equivocación' (quién no se equivoca nunca) de la manera más terrible posible.
Cuando se habla del retroceso en los derechos conquistados, de la fragilidad de los mismos, se habla justo de esto, de que sin una educación sexual integral desde el principio hasta el final, sin unas normas que respeten la libertad de las mujeres, su derecho a decidir sobre sus cuerpos, sobre sus existencias, sin la intromisión de absolutamente nadie, ni de sus progenitores, ni de los legisladores, ni de los jueces, porque nadie te obligaba a interrumpir obligatoriamente el embarazo por lo que nadie debería poder obligarte jamás a continuar con un embarazo que no quieres llevar a término. Así que por supuesto que las políticas públicas inciden en nuestras vidas. Lo hacen a diario. Por eso no todos son lo mismo. Nunca lo han sido. Recordemos que una chica que empezaba a vivir quiso, qué locura, decidir sobre su futuro, recordemos que otros se lo prohibieron con una decisión emitida mediante palabras escritas en un artículo publicado en un Boletín Oficial. Palabras que arrebatan en vez de dar. Esto no va de que te parezca algo “bien” o “mal”, esto va de derechos y de que nadie debería verse nunca en una situación similar.
¿De verdad que este es el mundo que deseamos para la gente a la que queremos?