No uso aplicaciones para ligar.
No las uso porque mi autoestima no las soporta.
No puedo estar continuamente siendo comparado con otros cuerpos.
No quiero convivir con el rechazo continuado.
Con la competitividad de ver quién puede poseer más en menos tiempo.
No me hace bien.
Quizás es que no he conseguido hacerme una buena armadura.
Que siendo adulto tienes que estar preparado para que te traten mal.
Para que se burlen de ti.
Para que en nombre de “gustos” te hagan sentir como una mierda.
Para que puedan cogerte, usarte, dejarte, cambiarte, bloquearte.
Y ya está.
Quizás es que no he sido capaz de comprender de qué iba esto de la vida.
Pero no quiero vivir esperando que los demás me validen.
Siendo marica es además lo que hemos aprendido a hacer.
Que nos den valor.
Porque crecemos teniendo miedo a que nos abandonen por ser quienes somos.
Crecemos con miedo a merecernos además ese abandono.
Crecemos con miedo a defraudar a los otros, a aquellos que nos quieren.
Crecemos con la culpa de no haber sido lo que deberíamos haber sido.
Con la vergüenza de avergonzar.
Y esto forma parte de nuestra identidad.
Como nos hemos construido ocultando y con el temor al rechazo.
Luego nos esforzamos y compensamos intentando que nadie jamás nos pueda decir que no.
Demostrando todo el rato.
Mira lo que he conseguido a pesar de ser marica.
Y en conseguir también están otros cuerpos.
Mira los cuerpos que he acumulado, que me han deseado, mira al final no había nada malo en mí.
Mira lo poco que me rechazan y lo normal que soy por fin.
A mí esto me pone triste.
Me pone triste porque creo que nos cuidamos muy poco.
Que estamos una y otra vez abriendo heridas en los demás.
Para no abrir la propia.
Y no puede ser.
Porque ya bastante nos jodieron.
Ya bastante jodida es la vida.
Llena tantas veces de dolor y ausencia.
Como para no utilizar a los demás como si fueran cosas.
No uso aplicaciones para ligar porque no quiero estar de nuevo en un patio de colegio.
En el que cualquiera podía hacerme daño.
Para sentir que era mejor que los demás.