"A mis abuelos porque me enseñaron lo contrario de desaparecer". Esta es la dedicatoria que la escritora Nicole Krauss escribe en su espléndida novela 'La historia del amor'. Una dedicatoria que desde que la leí me ha acompañado porque me parece fascinante la idea de lo opuesto a desaparecer, que no es otra cosa que aparecer. En un mundo en el que podemos decir que nos hemos desvanecido, en el que ya casi nunca aparecemos, en el que el otro se ha convertido en un imposible o una excusa, en el que somos cada vez más fantasmas, surge esa imagen de aquello que permanece. De aquello que no dura quince segundos, ni es sustituido, ni desplazado a la izquierda, ni bloqueado, ni dejado en visto, ni borrado, aquello que se presenta como irrenunciable, como parte del trato de existir, al que se le debe una explicación, que ocupa un escaño en la realidad y, por tanto, es merecedor de respeto y amor.
Pienso en el verano y en que es la época del año en la que más desaparecemos, de aquellos lugares conocidos, de las rutinas, de los trabajos, la época en la que nos desplazamos de paisaje para ocupar durante algunos días otro espacio que no es el habitual en el que por fin poder ser un poco más nosotros o un poco menos, liberarnos del yugo del tiempo endeudado y poder competir y sentir que vivimos un poco más, que la vida merece un poco la pena, que nuestros días son un poco más nuestros y menos de los demás.
Sin embargo es paradójico que para sentir que somos más 'nosotros' tengamos que abandonar lo que nos acompaña durante el año. La propuesta del verano es que seamos los que nunca somos para, por fin, ser lo que siempre somos, pero no nos dejan ser.
Sin embargo los veranos se terminan y tendremos que recoger nuestros cuerpos bronceados, más grandes, nuestras caras respiradas y devolverlas. Regresar y esperar a que al cabo de dos días el agotamiento regrese de golpe, como roca en la espalda de Sísifo, para preguntarnos si merece la pena, si tener que esperar un año para poder volver a descansar es vida, si una vida que no puede ser compartida puede llamarse vida o es simple supervivencia, si el trabajo dignifica por qué nos enferma, si hay que 'hacer' para 'ser' y solo eres aquello que haces.
Volveremos y el verano será un sueño en el que nos aparecimos y nos quedará desaparecer de nuevo entre los atascos, la actualidad, los pagos, el insomnio, la ansiedad, las cañas, el no puedo, el no tengo, el no me da, volveremos tristemente al no, cuando el verano siempre es un sí, cuando el verano siempre nos enseña lo contrario de desaparecer.