María Salud nació en mitad de la Guerra Civil y ha presenciado la evolución de toda una sociedad: "En Madrid he visto a personas mayores comer mondas de plátano del suelo", recuerda. Ella nunca ha pasado hambre, pero en su época "se comía lo que había, ningún niño decía: 'Eso no me gusta'".
Han pasado más de setenta años y todavía existe el hambre en el mundo: más de 820 millones de personas la padecen en la actualidad. Para terminar con esta situación y alimentar a una población creciente, en los años 60 el modelo de producción agroalimentaria cambió: nacía la revolución verde.
"Pasamos de un modelo tradicional a un modelo industrializado donde lo que prima es una producción masiva, en poco tiempo y a bajo coste", explica Luis Ferreirim, experto en agroalimentación de Greenpeace.
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) alerta sobre las consecuencias del sistema. Ferreirim lo aclara: "El modelo está agotado porque está destruyendo aquello que garantiza la producción de alimentos: la fertilidad del suelo, el agua, la biodiversidad…", en definitiva, la producción no tiene en cuenta la sostenibilidad del planeta.
La elaboración mundial de alimentos libera hasta el 37% de los gases de efecto invernadero; el desperdicio alimentario supone en torno al 10% de las emisiones y el 3,8% tienen que ver solo con dos cultivos: la soja y la palma de aceite, según datos del último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés).
Un sistema que buscaba la solución, a día de hoy se ha convertido en el problema. laSexta se ha acercado al centro social de convivencia para mayores 'Trabensol', en el municipio madrileño de Torremocha de Jarama, para hablar con ellos sobre cómo han cambiado nuestros hábitos alimenticios.
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Un modelo agroalimentario que destruye el planeta
María Salud nació en un pueblo de Murcia y con tres años emigró a Madrid. Antonio García vivió la misma situación cuando era un poco más mayor: de su pueblo natal, a la capital. Un éxodo rural que marcó una época: después de la II Guerra Mundial, las políticas agrarias se centraron en aumentar la productividad para reducir el hambre y construir un modelo de sociedad urbana.
"Necesitábamos traer a la gente del campo a la ciudad y que pudiera tener acceso a un alimento barato. Ahora estamos sufriendo el impacto ambiental de esas políticas", explica Marta G. Rivera Ferre, directora de la Cátedra de Agroecología y Sistemas Alimentarios de la Universidad de Vic y una de las autoras del último informe del IPCC.
Con este cambio, comenzó a implantarse un paquete tecnológico formado por semillas mejoradas, fertilizantes y pesticidas que permitía exportar un cultivo a cualquier parte del mundo. A día de hoy, el empleo masivo de productos químicos y las emisiones resultantes contribuyen en gran medida al cambio climático, según Greenpeace.
El modelo tradicional, basado en el respeto por el medio ambiente, firmaba su muerte. La industria alimentaria dejó de depender del conocimiento transmitido de generación en generación, se creó una desconexión entre el medio rural y el urbano y la sociedad comenzó a perder su vínculo con la naturaleza. "Dejamos de saber cuándo eran las frutas y verduras de temporada, su procedencia...", denuncia Ferreirim.
Rivera alerta de que el desconocimiento de la temporalidad de los alimentos tiene un gran impacto social en la otra parte del mundo: "Suelen ser las grandes empresas las que tienen capacidad para exportar los alimentos fuera de temporada y las condiciones de trabajo de las personas jornaleras no son las más adecuadas".
Más alimentos, más desperdicios y más contaminación
En la época de María Salud "no se tiraba nada", pero en la actualidad la cantidad de comida producida para el consumo humano que se desperdicia es alarmante: 1.300 millones de toneladas al año en el mundo y casi 8 millones en España, según Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
Y la cifra puede continuar creciendo. La FAO establece un incremento de la producción alimentaria en un 70% para sustentar el crecimiento demográfico, que aumentará en los próximos treinta años hasta rozar la cifra de los 10 mil millones de personas.
El problema es que ya estamos produciendo comida a nivel mundial para 12 mil millones de personas, tal y como apunta Rivera. Por ello, "en países en desarrollo tiene sentido un aumento de la producción", pero, añade: "En occidente tenemos una crisis de sobreproducción"
El desperdicio alimentario supone en torno al 10% de las emisiones de gases de efecto invernadero
Ferreirim considera que el desperdicio alimentario es "la mayor lacra de la humanidad" y ejemplifica el fallo del sistema: mientras más de 820 millones de personas padecen hambre, cerca de 2.000 millones tienen obesidad. El desecho de alimentos supone en torno al 10% de las emisiones de gases de efecto invernadero.
"Comer pollo era un lujo"
María Salud aún conserva en la memoria el sabor a pollo de corral que comían en Navidad: "A mi padre le regalaban un pollo y eso era un lujo. Era un manjar", rememora.
"Antes comíamos cosas con carne y ahora comemos carne con cosas"
El consumo de carne estaba reservado para festividades hasta que surgió la ganadería intensiva, la cantidad aumentó y se abarataron los precios. "Antes comíamos cosas con carne y ahora comemos carne con cosas", simplifica Ferreirim.
En España, cada persona consume 40 kilos de carne al año, mientras que la OMS recomienda la ingesta de 26 kilos al año. Los datos los maneja Rivera y explica que, "aunque venimos de un proceso de reducción importante en los últimos años, todavía hay que reducirlo más".
Las dietas que perjudican el medio ambiente y nuestra salud son más baratas que las dietas sostenibles y saludables. Rivera tiene claro que, por múltiples factores, son "las políticas las culpables de esta situación", tanto por la organización el sistema alimentario mundial como por dónde se centran las subvenciones.
Desde Greenpeace instan a los gobiernos a que financien modelos de agricultura respetuosos con el medio ambiente para poder "parar el cambio climático y potenciar la biodiversidad", explica Ferreirim.
La responsabilidad de 'salvar el planeta' comiendo de forma sana y respetuosa con el entorno no reside en la ciudadanía. Rivera sitúa a EE.UU. como el ejemplo más evidente: "En lugares de bajo poder adquisitivo, hay 'desiertos alimentarios': kilómetros y kilómetros en los que no se puede comprar ni verdura ni fruta fresca, pero muchos Mcdonalds donde comer una hamburguesa por un euro". Una auténtica irresponsabilidad.
El último informe del IPCC confirmó que las dietas equilibradas basadas en el consumo de alimentos producidos "de forma sostenible en sistemas que generan pocas emisiones de gases de efecto invernadero" son una gran oportunidad para frenar los efectos del cambio climático.
Plásticos: la cúspide del modelo alimentario
En su casa todo se envolvía en papel de periódico, incluso la carne, cuenta Jaime Moreno, otro de los vecinos de María Salud: "Recuerdo traer filetes a casa y, al retirar el papel humedecido, tener que quitar la tinta impregnada en la carne". Para él, el plástico fue una "novedad".
Pero lo que supuso una revolución en su época, está siendo un problema en la actualidad. Muchas frutas y verduras se presentan en una bandeja y se cubren con film. Cada vez son más los alimentos que se comercializan metidos en una y hasta en dos bolsas de plástico. Un uso excesivo que Ferreirim considera "la cúspide del modelo alimentario".
"La solución es de sentido común, hemos perdido el norte"
Es evidente que el futuro pasa por un cambio de modelo y las alternativas son múltiples. Para Rivera "la solución es de sentido común, hemos perdido un poco el norte. La modernización y la industrialización nos ha ido cegando y hemos perdido la esencia del ser humano que es un ser que tiene que estar ligado a la naturaleza".
Como solución, Rivera propone la agroecología como paradigma, un sistema basado en el conocimiento tradicional en el cual las personas conocen su entorno y trabajan con él para, entre otras cosas, incrementar la materia orgánica del suelo, hacer los suelos más fértiles y facilitar así la adaptación al cambio climático.
"Hay que trabajar con la naturaleza, no contra ella", dice Ferreirim, que coincide con Rivera en que la agroecología es el remedio: "Tenemos que producir pensando en la calidad y no tanto en la cantidad: alimentos sostenibles, más nutritivos y eficientes".
Es evidente que los Estados son los únicos que pueden cambiar el modelo pero, como ciudadanía, cada una de nosotras puede escoger su alimentos siendo consciente de dónde vienen, quién los produjo y las consecuencias que esa elección tiene para nuestra salud y para la supervivencia del planeta tal y como lo conocemos.