El de Donald Trump no es un muro de obra nueva. Ya en 1994, el gobierno estadounidense encabezado por el demócrata Bill Clinton inició un programa contra el aumento de la inmigración procedente de México que tenía por componente principal una barrera física dividida por tramos. Este, con una estructura discontinua, cuenta con una longitud actual de más de 3.000 kilómetros; esto es, de la costa este de EEUU a la oeste.
Quizá la diferencia más destacable entre los proyectos fronterizos de Clinton y Trump sea el abrigo mediático que ha adquirido el del mandatario republicano. Principalmente, su carácter racista y megalómano han 'ayudado' a sacudir la civilización occidental entre multitudinarias manifestaciones que claman indignadas contra la ejecución de su proyecto electoral estrella.
Actualmente, se cifra en 70 el número de barreras físicas que funcionan de forma activa en todo el mundo...
Sin embargo, el de Trump tampoco es el primer muro del mundo que atenta contra los derechos humanos. Actualmente, se cifra en 70 el número de barreras físicas que funcionan de forma activa en todo el mundo, según una revisión de la revista francesa 'Courrier International'.
Sin ir más lejos, España se adelantó al renovado plan de Trump con la construcción de vallas que separan Melilla y Ceuta de Marruecos desde 1998 y 1999, respectivamente. La primera, con 12 kilómetros de largo, y la segunda, de ocho kilómetros, tienen un objetivo similar a las pretensiones del presidente de EEUU: frenar la inmigración y evitar el contrabando comercial. Eso sí, poniendo en riesgo la vida de las miles de personas que han intentado cruzarla desde su construcción.
Nuestro país no es el único del continente que ha establecido muros de la vergüenza contra el flujo migratorio. A principios de 2016, Europa llegó a un acuerdo con Turquía que activaba la construcción de barreras y otros controles fronterizos con el propósito de cortar las rutas de acceso ante el estallido de la crisis de refugiados. En un breve periodo de tiempo, la UE cerró la puerta sin remilgos a millones de personas que huían de la guerra y la miseria.
Entre ellos, destacar la reciente valla que ha instalado Noruega para impedir la entrada de migrantes desde Rusia a través del círculo polar ártico. Hungría también cerró su frontera con Croacia y Serbia erigiendo una valla de espino y Austria cortó el paso con alambradas a las personas procedentes de Eslovenia. A estas barreras, entre otras, se suman las de los campamentos de Calais e Idomeni, donde laSexta Noticias realizó una cobertura especial para dar muestra de las inhumanas condiciones que soportaban los refugiados.
Temor ante el aumento de acciones militares y terroristas
El paso migratorio no es la única excusa esgrimida por los gobiernos para imponer barreras a la hora reforzar su control y vigilancia en las fronteras. A los conflictos territoriales y el miedo a posibles ofensivas terroristas se adhieren fundamentalmente los países de Oriente Próximo, zona del mundo con más muros establecidos entre estados.
El número de muros erigidos ha ido creciendo de forma paralela al ritmo de la interconexión internacional
Ejemplo de ello son los vallados que separan a Israel de Gaza, Egipto, Siria, Jordania, Cisjordania y El Líbano; a Arabia Saudí de Emiratos Árabes Unidos, Yemen e Irak; o a Pakistán de India, Irán y Afganistán. Otra de las muestras más claras en el continente asiático lo presentan Corea del Norte y Corea del Sur, cuya edificación, que data de 1953, está diseñada para la contención militar y el freno de actitudes hostiles entre ambos bandos.
África es otro de los continentes donde, ante la actuación de diferentes grupos terroristas, unido al incremento del flujo migratorio de los últimos años, se ha optado por la implementación de obstáculos fronterizos. Es el caso de Túnez y Libia, Kenia y Somalia o de los territorios del sur. Aquí, tres barreras separan Zimbabue de Zambia, Botsuana y Sudáfrica. Este último cuenta además con la verja más antigua de África, construida en el 76, que limita el paso con Mozambique.
Freno a la globalización por el fortalecimiento de la hegemonía
El aumento de la interdependencia entre países en términos políticos, económicos y financieros que se ha dado a nivel global en las últimas décadas ha provocado en numerosas ocasiones el malestar de diversos territorios ante la pérdida gradual de su poder hegemónico. El miedo a cobrar menos importancia bajo el mantra de un mundo destinado a quedar unificado ha dejado al descubierto una necesidad de prepotencia e individualismo de los estados que ha acabado por afectar directamente a las sociedades que los forman.
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Prueba de ello tiene como contexto la caída del muro de Berlín, que llegó a simbolizar el proceso de globalización que ya se había iniciado en todo el planeta. Si bien en 1989 se limitaban a 11 las barreras fronterizas, con el paso del tiempo, y paradójicamente, el número de muros erigidos ha ido creciendo de forma paralela al ritmo de la interconexión internacional. Un planteamiento irracional y contradictorio cuyo fin se entiende inevitable en la concepción evolutiva de la estructura política a escala mundial.