UN RADAR QUE SE HA CONVERTIDO EN UN PROBLEMA
El radar que levanta ampollas: el ayuntamiento pide cambios a la DGT
Los radares son una de las herramientas más poderosas para reducir los excesos de velocidad en carretera. Sin embargo, en ocasiones su colocación es demasiado celosa con la velocidad, y puede terminar levantando ampollas...
Publicidad
En los últimos años, la vigilancia del tráfico ha cambiado mucho. La Dirección General de Tráfico ha aumentado sus esfuerzos para reducir la siniestralidad, instalando dispositivos de todo tipo que no solo miden la velocidad, sino que también detectan infracciones como el uso del móvil, la falta de cinturón de seguridad y otros comportamientos peligrosos al volante. Y es que los radares han mejorado en precisión, y su presencia se ha multiplicado tanto en carreteras principales como en vías secundarias, convirtiéndose en una herramienta clave para fomentar la seguridad vial.
Uno de los avances más importantes fue la introducción de los radares de tramo, que difieren de los tradicionales en su funcionamiento. Estos dispositivos utilizan cámaras lectoras de matrículas situadas al inicio y al final del tramo controlado. Al registrar la hora de entrada y salida de un vehículo, calculan su velocidad media a lo largo del recorrido. Este sistema obliga a los conductores a mantener una velocidad constante durante varios kilómetros, evitando que reduzcan solo en el punto donde saben que hay un radar. Los radares de tramo son especialmente eficaces en tramos de carreteras peligrosos y en zonas donde el control puntual de velocidad resulta insuficiente.
El radar que molesta a un pueblo entero
Sin embargo, el incremento de estos sistemas de vigilancia también ha generado críticas, ya que algunos conductores consideran que ciertas limitaciones de velocidad son excesivamente estrictas. Un ejemplo reciente es el radar de tramo instalado en la M-505, en Galapagar, en la Comunidad de Madrid. Esta carretera, que cuenta con tres carriles (dos de subida y uno de bajada), tiene un límite de velocidad de tan solo 50 km/h en el tramo controlado, algo que ha provocado quejas tanto de vecinos como de usuarios habituales.
Tanta polémica y quejas ha suscitado que incluso la alcaldesa de Galapagar ha gestionado personalmente una reclamación ante la DGT para solicitar que se revise y aumente el límite, argumentando que, para una carretera de estas características, la velocidad permitida es demasiado baja.
Este caso ilustra el malestar de muchos conductores, que muchas veces perciben como en ocasiones las medidas de control pueden ser desproporcionadas o enfocadas más a la recaudación que a la seguridad. Si bien es indudable que los radares contribuyen a reducir accidentes y salvar vidas, la imposición de límites excesivamente bajos puede generar una sensación de injusticia, precisamente lo que ha sucedido en este pueblo de la capital.
Publicidad