Desde 1912 ya podíamos leer titulares como "el consumo de carbón afecta al clima", pero ya hemos perdido más de 100 años de lucha contra el calentamiento global.
"A principios del siglo XX tenemos constancia de que ya había gente que decía que si se seguía con la tasa de emisiones de CO2, en varios cientos de años, probablemente, la temperatura del planeta se iba a incrementar", explica el científico del Museo de Ciencias Naturales de Madrid, David Vieites.
A finales del siglo XIX, las emisiones de CO2 procedentes de la quema de carbón de las fábricas, ya alarmó a los científicos. Incluso un premio nobel de física, August Arhenius, publicó en 1896 un artículo titulado "la influencia del carbono en el aumento de la temperatura del aire de la Tierra". Incluía una tabla calculando los aumentos de temperatura en función de las cantidades de CO2 que se emitiera a la atmósfera. De esto hace ya 120 años.
"Tuvimos la mala suerte, aparte del conflicto en sí, que pasó la Primera y la Segunda Guerra Mundial, y eso supuso un parón en la investigación, y esto del CO2 y la atmósfera quedó de segundo plano", cuenta Vieites. El tráfico siempre ha sido uno de los grandes emisores de gases de efecto invernadero. Pero antes de que el motor a gasolina contaminara nuestras ciudades, el que triunfaba era el coche eléctrico.
"En 1880 había, más o menos, diez coches eléctricos por cada uno de gasolina", asegura el coordinador del Grado de Ingeniería Mecánica de la universidad de Nebrija, Roberto Álvarez. Sin embargo, la producción en cadena del modelo Ford T le dio un volantazo a la movilidad.
"Ese modelo, que va con gasolina, es el que se decide desarrollar por múltiples motivos, como el abaratamiento de la gasolina, y, sobre todo, porque tenía una autonomía mayor", explica Roberto Álvarez. Un siglo después el debate sigo muy vivo.