Con la excusa de presentar su último álbum, "Para todos los públicos", unas 17.000 personas -según cifras de la promotora- se han reunido para disfrutar de una gira que ya pasó por Madrid en el mes de junio (para ser más exactos, por Rivas Vaciamadrid, tras la cancelación en Leganés por deficiencias en el recinto).
El título se revela más apropiado que nunca, toda vez que la banda, habiendo trascendido la categoría de clásico o estrella -y eso que hasta "Agila" (1996) apenas tenían hueco en los grandes medios-, concita a un público de lo más variopinto, entre melenudos y polos de marca, sin sospechas de engrosamiento del número por postureo vacuo. Aquí la gente conoce las canciones y las canta. Se lo han ganado a pulso.
Robe Iniesta y su banda, nacida en Plasencia hace casi 30 años, no requieren promoción para llevar cada nuevo disco al número 1 en ventas, como sucedió con este último, uno de los más vendidos de 2013, pese a haber sido filtrado por un trabajador que al final fue detenido. Casi siempre hay ganas de Extremoduro, pero esta vez puede que más, ya que su anterior gira se había limitado a 12 concurridísimos conciertos, una nadería al lado de los cerca de 40 shows previstos en su actual tour, que comenzó en mayo en Zaragoza y ya ha recibido a unas 200.000 personas.
La primera cita en la plaza de toros de Las Ventas ha llegado en el ecuador de ese periplo por España, con las energías rebosantes y un cómodo ritmo medio de dos conciertos por semana que les permite darlo todo sobre el escenario. Los temas nuevos dominan el repertorio, pero Iniesta y su grupo no olvidan prácticamente ninguno de los grandes álbumes de su historia. La única concesión que no se permiten es con la hora. El concierto está previsto para las 21,30 horas y no hay excusas para retrasarlo, aunque gran parte del público haya remoloneado en su entrada al coso taurino.
La instrumental "Extraterrestre", de "Canciones prohibidas", arranca un show que así de primeras, sin la voz de Iniesta, podría parecer estadounidense en sus punteos, en su potencia y en su escenografía, más propia de los Stones, con un gran contenedor metálico que desciende hasta las tablas y deja salir la carga. Allí está Robe Iniesta, arrolladora fusión de Mick Jagger y Keith Richards con denominación de origen propia, tanto en sus formas "transgresivas" como en sus versos de cemento y humo, que él no necesita ni los títulos de "sir", porque hasta los gobiernos conservadores le otorgan distinciones (la Medalla de Extremadura).
"Sol de invierno", "Buscando una luna", "La vereda de la puerta"... La noche transcurre más o menos según lo previsto. "¡Gracias por volver a donde se os quiere sin que volváis", grita el cantante en una de sus primeras alocuciones al respetable. Con la rugiente y procaz "Mama" (no buscar tilde, porque no la lleva) y "Golfa" el repertorio comienza a coger personalidad propia. Les siguen "Calle Esperanza s/n" y "Locura transitoria". Iniesta deja claro que a muchas de sus canciones no hay que buscarles el sentido, porque ni siquiera él tiene "ni puta idea" de qué van. Suena la inédita "Canta la rana" y pide al público que no graben la actuación con los móviles para mantener la sorpresa en shows posteriores.
Casi lo consigue, al menos en términos proporcionales. Después, da rienda suelta a "Dulce introducción al caos", "Segundo movimiento: lo de fuera" y "Cuarto movimiento: la realidad", del disco "Ley innata", el que más les marcó tras seis años de sequía creativa, con una estructura atípica y revolucionaria por estos pagos, en línea con el carácter anárquico de su autor. De lo peor de la noche, los continuos parones entre canción y canción y el receso de 15 minutos que divide el concierto en dos actos.
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