Han pasado casi dos décadas desde que Leo Messi dejó de correr con la pelota por las calles de su barrio, en la ciudad argentina de Rosario, pero hay quienes nunca olvidarán que hubo un tiempo en el que jugó solo para ellos el cinco veces ganador del Balón de Oro, que este sábado cumple 30 años, jugó solo para ellos.
"Vos lo veías jugar y decías: este pibe va a llegar lejos. Ya pintaba tener esa habilidad y grandeza", contó José Luis Manecavale, uno de los habituales del humilde distrito de Las Heras, junto a la vivienda donde el ídolo del Barcelona y de la selección Albiceleste vivió con su familia hasta los 13 años.
Todo comenzó el 24 de junio de 1987, cuando Celia Cuccittini dio a luz en el Hospital Italiano de Rosario a quien poco tardó en deslumbrar con el balón, primero en el campito de al lado de su casa, después en un pequeño club del barrio y por último en la escuela del Newell's Old Boys.
Una 'pulga' en tamaño físico pero un Goliat de las canchas que en 2000 llegó a España para hacer historia. "Y pensar que se nos fue... porque más allá que él es de todo el mundo, es más nuestro. Es rosarino. Y hoy cumple 30 años.. ¡la pucha! ¡ya pasó tanto tiempo!", sentencia Manecavale cuando recuerda que tuvo en sus propios brazos al Messi bebé y remarca lo "querida y respetada" que siempre ha sido la familia del delantero.
No obstante, en Las Heras todavía viven algunos familiares del '10' y su imagen forma parte del colegio donde estudió -en cuyo patio hay pintado un Leo gigante- y del predio en el que, a escasos metros de la casa familiar, empezó a jugar al fútbol, con un mural que le inmortaliza.
"Se veía venir que tenía futuro con la pelota. Fue una linda época ver forjarse al '10' en este barrio. Era el más chiquito y los contrarios no querían que lo pusieran, porque mareaba a todos. Era superior a todos", declaró Sergio Vallejos, otro de los vecinos.
Sin embargo, su historia con la mayor celebridad del barrio, a quien define como una persona "normal", no se queda solo en los recuerdos. Desde hace tiempo puede presumir de ser cuñado de Matías, uno de los tres hermanos Messi.
"Lo conozco desde que era chiquitito. Con la pelota siempre. De trapo, de papel.. pero siempre con algo en los pies", declaró Lidia Acosta, la madre de Sergio y abuela de dos de los sobrinos del 'crack', que ya cuenta los días para el que será la boda del año en la ciudad, a la que está invitada junto al resto de su familia.
Una semana después de su cumpleaños, Leo formalizará, con una celebración por todo lo alto en un hotel de lujo de las afueras, su relación con Antonella Roccuzzo, su novia de toda la vida, también rosarina y con quien ya tiene dos hijos.
"Es muy jodón (chistoso). Si estoy parada, me está golpeando la espalda.. ¡viste! Es muy bueno, uno más para mí. Él sabe que lo quiero mucho", evoca sonriente la mujer, que ha hecho del salón de su casa un particular museo 'messiánico'.
Una camiseta firmada por el delantero, que de vez en cuando vuelve a su barrio -sobre todo para las veraniegas fiestas de fin de año- y varias fotos juntos dan fe de que la relación viene de lejos.
"Es el barrio más popular. El de Messi. La gente le espera. Tiene fe de que va a venir a jugar. Ojalá viniera acá a terminar su carrera en Newell's", explica Cristina, encargada del kiosco del barrio.
Y es que el deseo de la quiosquera es el mismo que el de casi todos en el lugar. Que Leo vuelva y retome lo que no pudo ser de adolescente, cuando su vida dio un vuelco que le llevó a iniciarse en las categorías inferiores del Barcelona, donde le facilitaron un tratamiento de crecimiento hormonal y se destacó como uno de los máximos goleadores de todos los tiempos.
"Se fue de Newell's por un problema de salud. Tenían que hacerle un tratamiento sumamente costoso y su papá recurrió a divisiones inferiores y quien estaba a cargo dijo que no había presupuesto. Gracias a Dios se fue a un club que entendió que tenía que invertir porque Leo era el futuro", narra Quique Domínguez, uno de los primeros entrenadores de Messi.
En el centro de Rosario, ubicada a 300 kilómetros de Buenos Aires, Domínguez fue testigo, en la escuela infantil de Newell's -uno de los equipos de primera división de la ciudad-, de cómo el pequeño maravillaba "a propios y extraños".
"Era muy popular y respetado. Un pibe que no debe de tener enemigos", señala el exentrenador, a quien no le cuesta reconocer que no dirige más porque ya tuvo entre sus manos "al mejor jugador del mundo", quien "nació para el fútbol" y "sabiendo todo".
"Un día me dijeron que iba a dirigir la generación del 87. Y allí apareció una cosa casi enana, una 'pulga'. ¡Pensar que alguna vez jugó para mí y un puñado de papás!. Era una maravilla verlo porque jugaba igual que ahora", señala por su parte Carlos Morales, otro de los técnicos del astro.
Así y tanto, a más de uno le gustaría adivinar si, antes de retirarse, el delantero volverá a hacer las delicias de sus paisanos en un estadio de la ciudad.
"Me parece que le gustaría terminar aquí. Porque es un cuadro (Newell's) que lo sigue de chiquito", afirma Vallejos, también deseoso de que Leo juegue "un partidito" en el campito del barrio, "como en los viejos tiempos".
Además, aunque conscientes de que ya nada tiene que demostrar, hay algo que como argentinos ansían con fuerzas. "Que en Rusia 2018 pueda apagar las poquísimas voces que todavía ponen en duda que es el mejor jugador de la historia", sentencia Domínguez con ojos vidriosos por la ilusión de poder ver a su ídolo ganando un mundial.