40637: es el número que Anette Cabelli lleva grabado en la piel. Se lo dieron cuando llegó al campo de concentración de Auschwitz, con 17 años. "Lo tenía que saber de memoria. En todo el tiempo que estuve en los campos, nunca oí mi nombre", recuerda. Llegó, como otros miles, en tren: "Era un tren de bestias y se viajaba siempre de madrugada. Así no veías qué pasaba".
Anette viajaba con su familia, pero pronto les perdió la pista. "De la que salí del tren, solo tenía a mi mamá. Ya no sabía dónde estaban mis hermanos. Mi madre me dijo: 'Iremos en los camiones (hasta el campo'. Ella subió y a mí me agarró, y me bajó un soldado alemán", relata. Aquella fue la última vez que vio a su madre, que fue llevada directamente a una cámara de gas.
Anette está en España para contar su historia gracias al Centro Sefarad-Israel de Madrid
"Una semana después, una polaca me dijo: '¿Estás viendo el humo? Ahí está tu mamá'", rememora Anette sobre su estancia en Auschwitz, y añade: "Creo que tuvieron suerte porque se marcharon directamente a la cámara de gas. Era mejor eso que entrar en el campo". En Auswichtz, Anette pasó dos años y dos meses mirando cara a cara a la muerte a diario.
En este campo de concentración murieron un millón y medio de personas. Pasó tanto tiempo bajo el yugo nazi que tardó varios días en darse cuenta de que el régimen había caído y, al fin, era libre. Ahora, 75 años después de la liberación del campo, Anette cuenta su historia, dice, para abrirnos la mente y luchar contra el odio que aún percibe en el mundo.