Lilian Ip, 48 años, iba de camino a casa de su familia durante unas vacaciones. Cruzaba un tupido bosque cuando se equivocó y su coche, un tanto destartalado, se quedó atorado en un trecho casi impracticable a sesenta kilómetros la localidad más cercana. Tampoco hubiera podido (intentar) recorrerlos: por problemas de salud, le cuesta caminar. Iba a ser una visita de ida y vuelta, por lo que no llevaba provisiones.
Sin embargo, pasaron cinco días. "Creí que iba a morir, mi cuerpo había colapsado", ha explicado sobre el mismo día en el que, por fin, los helicópteros de salvamento —equipados con avanzados sensores— dieron con ella. Por eso, ha explicado, recibió casi eufórica a sus rescatadores: "¡Oh, sí, Dios! Lo primero que pedí fue agua y un cigarro".
Durante todo ese tiempo estuvo subsistiendo gracias a la cestita de regalo que le llevaba a su madre. En su interior, piruletas, zumo... y una botella de vino a pesar de que ella no bebe. "No, nunca; pero no me quedó otra", dice tras afirmar sin tapujos que el sabor era "una mierda".
Fueron sus parientes, con los que ahora se funde en aliviados abrazos, precisamente los que denunciaron su desaparición. Gracias a la tecnología y a la tenacidad de Protección Civil australiana esta historia tiene final feliz. También a su "gran sentido común"—por quedarse junto a su coche y tirar de lo que tenía a mano para mantenerse hidratada y calentarse— destaca la Policía.
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