El día arrancaba en el Aeropuerto Internacional Logan de Boston. Eran las 8:00 de la mañana cuando la torre de control daba luz verde al vuelo 11 de American Airlines con destino Los Ángeles. En su interior viajaban 92 pasajeros, entre ellos cinco terroristas.
El plan estaba en marcha: 15 minutos después despegaba del mismo aeropuerto un segundo avión de United Airlines con una aparente normalidad que se quebró cinco minutos después.
Una asistente de vuelo avisa de lo que creen que podría ser un secuestro. El avión, ya pilotado por Mohamed Atta, líder de la operación, cambia su rumbo de manera instantánea.
En total, 19 terroristas participan en el ataque. Tras 30 minutos de desconcierto para los pasajeros, impactan contra una de las Torres Gemelas. El mundo cambia por completo.
Entretanto, han despegado otros dos aviones. El American Airlines 77 de Washington y el United Airlines 93 desde Newark. También pretendían atacar para sembrar el terror, pero sus objetivos estaban en otros puntos.
Eran exactamente las 9:03 de la mañana en la costa este de Estados Unidos cuando el presidente George W. Bush recibía el aviso: "Un segundo avión ha golpeado la segunda torre. Estados Unidos está siendo siendo atacado". Es la frase que susurran al mandatario, que en aquel momento se encontraba en una escuela de Florida.
El núcleo económico de Occidente estaba ardiendo. En lo alto del piso 92 de la primera torre llegan las primeras imágenes de cientos de personas atrapadas. Escenas de desesperación que, aún a día de hoy, hielan la sangre de cualquiera que las revive.
A las 9:35, la Administración Federal de Aviación de Estados Unidos es consciente del secuestro de los otros dos aviones. En apenas cinco minutos habían cortado todo el espacio aéreo del país. Pero, para entonces, ya es tarde.
El vuelo AA77 se estrella contra el Pentágono: 189 personas mueren en la explosión lejos del foco de todas las miradas, que en ese momento estaban atentas al colapso de la segunda torre golpeada, la primera en caer.
Una nube de polvo inunda un indefenso centro neurálgico de Nueva York mientras que los pasajeros del último avión secuestrado se amotinan, conscientes de lo que sus secuestradores pretenden conseguir. Así, consiguen estrellarlo en mitad de un campo en Pensilvania, arrebatando la vida de sus 44 pasajeros, pero de nadie más.
A las 10:28 el tiempo se detiene de nuevo. La primera torre atacada colapsa y se hunde en un mar de edificios. En total, casi 3.000 personas perdieron la vida en un fatídico día que quedó grabado en las retinas del mundo entero para siempre.