La diplomacia filipina trata de contener los daños del último episodio de diarrea verbal de su presidente e intentan vender que todo fue un malentendido. "Lamentamos que se haya tomado como un ataque personal contra el Presidente de Estados Unidos", declara el portavoz de Rodrigo Duterte.
Sin embargo, este incidente es sólo el último de un "tipo pintoresco", en palabras del propio Obama, que anteriormente la había emprendido contra el papa, contra la ONU y contra todo aquel que cuestione su guerra contra el narcotráfico.
Duterte tiene la boca tan sucia como dura la mano, su cruzada antidroga suma 2.400 muertos en apenas dos meses de Gobierno. Sólo 900 personas fueron abatidas oficialmente por una Policía con orden de disparar primero y preguntar después. El resto, por investigar.
"Muchos más caerán hasta que echemos al último traficante de las calles", advirtió el Presidente filipino. No parece importarle mucho que entre las víctimas colaterales del 'fuego cruzado' haya casos como el de una niña de cinco años. Las organizaciones de Derechos Humanos han denunciado ejecuciones extrajudiciales y a manos de milicias.
Duterte, un presidente que, amparándose en su gran popularidad y ante la sospecha de un complot para asesinarlo, no ha dudado en quedarse a un paso de la Ley Marcial.