Ni cierres ni mascarillas: Suecia lo fio todo desde la primera ola a la responsabilidad ciudadana y, sobre todo, a la 'inmunidad de rebaño'.
Anders Tegnell, el epidemiólogo 'arquitecto' de la respuesta sueca al COVID-19, afirmaba por entonces que la estrategia estaba siendo "un éxito" y que el otoño lo demostraría: "Suecia podrá controlar más fácilmente los rebrotes, que además serán menores, porque tendremos inmunidad en la población."
Sin embargo, meses después ese éxito ha demostrado ser un espejismo; y el sueño de la inmunidad, una pesadilla: la tasa sueca de mortalidad por COVID llega a multiplicar hasta por 11 la de los países de su entorno que sí han adoptado más restricciones.
Y pese a hacer menos pruebas, Suecia registra el mayor número de contagios: una de cada cinco personas testadas dan positivo. Así lo reconoce el propio Stefan Löfven, primer ministro de Suecia, que afirma que "todas las curvas van por mal camino".
El Gobierno se rinde ahora a la evidencia y empieza a prohibir cosas como la venta nocturna de alcohol. Aun así insiste, por ejemplo, en cuestionar la eficacia de las mascarillas, principal arma contra la pandemia.