A primera hora de la mañana saltaban las alarmas en un tranquilo barrio de Berlín. Salía humo de un garaje. Lo que no se esperaba la policía es que, al meter a un robot con focos a modo de ojos, descubrirían un túnel de casi 30 metros que discurría bajo tierra hasta llegar a una sucursal bancaria en apariencia anodina, pero que en su interior almacenaba millones de euros en unas cajas de seguridad, muchas reventadas y por los suelos.

Un trabajo de profesionales, según reconoce el jefe de la policía, que cree que durante meses los ladrones, que alquilaron la única plaza con cierre metálico para ocultarlo todo, fueron cavando su elaborado túnel, con soportes en el techo para prevenir derrumbes.

Finalmente, decidieron dar su golpe y terminaron con un incendio para borrar las huellas. Quizás, las que explicarían por qué sólo reventaron una de cada tres cajas.