Es desgarrador. Ni doctores 'curtidos en mil batallas' pueden mantenerse enteros. Lo demuestran los vídeos que nos llegan de la zona del conflicto. En uno de ellos vemos romperse a una enfermera cuando en mitad de su ronda ve pasar una camilla con una paciente de corta edad. No era una más: ahí iba su hija, se da cuenta, corre tras ella y se derrumba mientras otros compañeros la atienden.
Los hospitales de Gaza se están llenando en estas semanas de niños pequeños, muchos de los cuales se han quedado solos, con voluntarios como único consuelo.
Hasta en los patios de escuelas de la ONU —que, recordemos, deberían tener especial protección en tiempo de guerra— caen proyectiles.
Es insoportable la realidad que nos transmiten sanitarios como Izzeddin, que explica que sin luz, a tientas, tiene que andar esquivando a niños hacinados en el suelo de hospitales como el de Al Shifa. "Puedo curar sus heridas, hacer que dejen de sangrar; pero no que dejen de pasar frío", se lamenta.
Y es que apenas queda electricidad ni combustible. Hasta los vehículos de Cruz Roja han tenido que parar... y los burros, carromatos, son las nuevas ambulancias. Y las colas kilométricas, la nueva realidad para conseguir un poco de agua.
¿Cómo no derrumbarse cuando vemos a jóvenes que tienen que reconocer a sus madres, víctimas de bombas israelíes? Estremecedoras escenas, en la Franja y también fuera, inconmensurables horrores.