Escrutados los votos de cerca del 97% de los distritos electorales, la izquierda de Suecia obtuvo el 43,6%, el mismo resultado que en 2010, frente al 39,4 de la Alianza encabezada por el primer ministro, el conservador Fredrik Reinfeldt, en el poder desde hace 8 años.

El descalabro del centroderecha es el que ha posibilitado el triunfo de la oposición, aunque el partido que ha sabido acaparar el desgaste de la Alianza ha sido principalmente el Demócratas de Suecia, que no sólo duplica sus votos, sino que, con el 13%, se convierte en la tercera fuerza.

El resultado supone una caída de más de diez puntos para el centroderecha respecto a los anteriores comicios y una pérdida de la cuarta parte de sus votantes para los conservadores, resultado que llevó a Reinfeldt a anunciar que dimitirá el Gobierno y que dejará el liderazgo del partido la próxima primavera.

Reinfeldt cumplió así la promesa reiterada durante la campaña de que dejaría gobernar a la minoría más votada y que no recurriría a los votos de Demócratas de Suecia, lo que allana el camino a los socialdemócratas, tradicionales dominadores de la política sueca, para recuperar el poder ocho años después.

El Partido Socialdemócrata, liderado por Stefan Löfven, logró el 31,1%, lejos del objetivo del 35% y sólo unas décimas mejor que en 2010, cuando obtuvo su peor resultado en un siglo.

Löfven tendrá que hilar fino para cerrar un pacto de gobierno, ya que el retroceso del Partido del Medio Ambiente, le obligará a recurrir al Partido de la Izquierda, que mejoró ligeramente hasta el 5,7% y del que se había alejado en la campaña para ofrecer una imagen de centro.

La igualdad entre los dos bloques y la falta de mayorías claras deja en una situación ideal a Demócratas de Suecia, cuyo líder, Jimmie Åkesson, señaló que su papel de "bisagra" sale reforzado, aunque supone una "gran responsabilidad", por lo que tendió la mano al resto de partidos con representación parlamentaria.