Jackeline tenía siete años cuando murió bajo custodia de una patrulla fronteriza en Estados Unidos. Estaba con su padre. Ambos salieron de Guatemala el 30 de noviembre y tardaron una semana en llegar a la frontera norte de Estados Unidos.
Atravesaron la frontera de noche, a pie hasta que la Policía les detuvo en el paso fronterizo de Antelope Wells. Entonces, un autobús Lordsburg y a las 6.30 de la madrugada Jakelin no respiraba.
Nada más comenzar el trayecto, la niña empezó a vomitar y a tener fiebres altas, pero nadie pudo socorrerla. En mitad del desierto los medios sin casi inexistentes.
Antelope Wells, más que un paso fronterizo, es una garita. Los funcionarios viajan sólo una vez por semana, no funcionan los móviles y las carreteras son un auténtico infierno.
Las autoridades estadounidenses culpan al padre de la muerte de la pequeña, él se defiende y asegura que Jackeline estaba agotada, que no había podido tomar agua o alimentos en días.
Desde las ONG acusan Trump aseguran que su política mata a personas y es la causante de escenas sobrecogedoras. La autopsia ya está en marcha.
Su abuelo asegura en una entrevista a la CNN que Jakeline brincaba de alegría por llegar a Estados Unidos y luchó por llegar. Jackeline superó dos paros cardíacos, pero el tercero acabó con su vida.