A los
once años, Kirsty Keep recibió el mordisco de una garrapata en su espalda. Desde
entonces, vive con una enfermedad desconocida que consume su vida; constantes
dolores y malestar que no le permiten ponerse en pie. Describe su vida como ''un
infierno''. Pide a su familia que la trasladen a Suiza para poder acabar con su
vida a través de la eutanasia, donde es legal esta práctica médica.
Se
encontraba en el patio trasero de su casa cuando fue mordida. La herida fue
creciendo poco a poco hasta llegar a tener el tamaño de una mano.
Durante
todos estos años ningún médico ha determinado la enfermedad que padece, y por
la cual se mantiene conectada a una máquina de oxígeno por las condiciones en
las que se encuentra. Sufre de convulsiones y dolores crónicos.
Su
familia y amigos aún mantienen la esperanza de darle el tratamiento correcto.
Por ello, recaudan fondos para que se investigue la enfermedad.