Se cumple un mes de guerra en Ucrania: 29 días desde que las tropas rusas invadieron el país el pasado 24 de febrero. Aquella madrugada los misiles empezaban a escucharse en Kiev, Jarkóv y en las costas del Mar Negro y el Mar de Azov. Las principales ciudades de Ucrania se preparaban para una guerra que, desde la comunidad internacional, se preveía mucho más breve.
Apenas minutos después de la declaración de Putin, el Kremlin atacaba el corazón de Ucrania. Quería llegar a Kiev, y lo hacía con un enorme convoy de tanques cargados con artillería desde la frontera con Bielorrusa. En pocas horas, sitiaban Chernóbil y amenazaban con el control de la capital.
Los gritos se apoderaban de Kiev, que pronto ensordecería con los estruendos de los cazas y las alarmas antiaéreas, que volverían a ser la banda sonora de Europa por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, el fantasma de una 'guerra relámpago' se fue desvaneciendo a medida que los ucranianos imponían resistencia. Lejos de lo esperado por el Kremlin, las principales ciudades del país fueron resistiendo día tras día. De hecho, un mes después, solo ha logrado tomar el control de la región de Jersón.
La tensión entre ambos países se había recrudecido por el interés de Ucrania en formar parte de la OTAN y de la Unión Europea. Putin había asegurado en numerosas ocasiones que no invadiría Ucrania, pero su discurso cambió la madrugada del 23 al 24 de febrero de 2022, cuando anunció por televisión el inicio de "una operación militar especial" en el país vecino. Hoy, un mes después, y con las tropas estancadas, las muertes de civiles no cesan. Su ofensiva se centra ahora en el aire y la guerra ha pasado a una fase de 'desgaste' que busca la rendición de los ucranianos, azotados por la barbarie y la masacre del ejército ruso.
En ciudades como Mariúpol, asediada casi desde el comienzo de la invasión, los civiles se juegan la vida entre bombardeos cavando fosas comunes para sus muertos. Según las autoridades de la ciudad, se han contabilizado ya más de 4.000 cadáveres, y se cumplen ya cuatro semanas sin agua, luz ni calefacción para sus 400.000 habitantes.
El centro de Jarkóv, antigua capital de Ucrania, y una de las ciudades rusoparlantes más importantes del país, poco tiene que ver con el que era hace un mes. Allí, gran parte de los edificios han sido dañados por proyectiles y las tropas rusas están llevando a cabo una de las estrategias más agresivas de la invasión.
La resistencia, en cambio, no ha permitido a Rusia hacerse con el control de prácticamente ninguna ciudad. Los centros históricos de Kiev y Odesa siguen intactos, mientras los bombardeos se recrudecen por la periferia y la población espera ataques inminentes a edificios históricos.
Muchos de los que han tenido la oportunidad, no han dudado en abandonar el país. El éxodo de refugiados solo se asemeja al de la Segunda Guerra Mundial, superando los 3,5 millones de ucranianos huidos a los países europeos vecinos. Además, ya habrían fallecido más de 120 niños por los ataques del Kremlin, según las autoridades ucranianas.
El presidente de Rusia, Vladimir Putin, acumula numerosas investigaciones judiciales por el ataque. El Tribunal Penal Internacional y la Corte Internacional de Justicia le investigan, entre otras causas, por genocidio, delitos de lesa humanidad y crímenes de guerra.
Mientras, decenas de países, entre ellos Estados Unidos y los miembros de la Unión Europea, ya han impuesto sanciones económicas al Kremlin con el objetivo de frenarle en la guerra que libra contra Ucrania, aunque las inimaginables expectativas de Rusia auguran un futuro conflictivo entre ambos bandos en el que resuena la amenaza de una Tercera Guerra Mundial nuclear.