Italia es el país europeo que más terremotos sufre. No sólo terráqueos, sino también políticos. Y, para muestra, un botón: en 76 años, el país ha tenido 67 gobiernos distintos. Solo en la última década, siete primeros ministros. Y el récord de permanencia en el cargo lo tiene Silvio Berlusconi: 3.339 días.
A base de crisis de gobierno, de que los líderes echen al tapete su fiducia (confianza) parlamentaria y de incontables rondas de consultazioni (consultas), el mundo se ha acostumbrado a que Italia se gobierne "a la italiana". Lo que no quita, en cualquier caso, que cada vez que cae un gobierno uno se pregunte por qué hay tanta mudanza en Chigi.
Y hay respuesta. Existen tres motivos en los que politólogos y analistas coinciden cuando quieren dar una lección de (inestabilidad) política en Italia para "dummies".
1. La ley electoral
Es mixta. Es decir, un tercio de los 600 parlamentarios a elegir (entre congresistas y senadores) se colocan a través de los colegios uninominales: en cada colegio gana quien consigue un voto más que sus competidores (sistema mayoritario). Los otros dos tercios (unos 400) se asignan a través de un sistema proporcional: según el porcentaje que tiene cada partido a nivel nacional, se eligen los candidatos que los partidos llevan en sus listas.
Esta ley de 2017, conocida como Rosatellum, casi hace obligatorios los pactos entre partidos y coaliciones para gobernar. Algunas muy "raras", como la del primer gobierno de Giuseppe Conte en 2018, nombrado primer ministro gracias al "matrimonio" entre el Movimiento Cinco Estrellas (que en España se comparaba con Podemos) y la ultraderecha de La Liga de Salvini.
Gobiernos un tanto Frankenstein con muchas papeletas para fracasar por la poca cohesión ideológica que los sustentan.
2. Sistema bicameral perfecto
Tras la dictadura fascista de Benito Mussolini, se propusieron protegerse de la posible llegada de nuevos totalitarismos. Por ello, en Italia, Cámara y Senado, aunque con reglas distintas, tienen la misma función y el mismo peso. Lo que hace que, por ejemplo, muchas leyes que los diputados aprueban queden paralizadas eternamente en el Senado.
Además, si el Primer Ministro quiere acceder y mantener el poder, tiene que tener el apoyo de ambas cámaras. Sin embargo, basta perder la fiducia de una de ellas para precipitarlo a su salida del poder.
3. Transfuguismo
Los saltos de Toni Cantó de un partido a otro habrían pasado totalmente desapercibidos en Italia. Los periódicos no dedicarían más de un par de líneas para informar de su nuevo carné ya que en el Bel Paese, el transfuguismo está a la orden del día. Está completamente asumido política y socialmente. No está mal visto pero, a la hora de formar gobiernos estables, el cambio de chaqueta, está "fluidez ideológica" se convierte en un problema.
Un ejemplo reciente es el del aún ministro de Exteriores Luigi di Maio. Relevó a Beppe Grillo en el liderazgo del Movimento Cinco Estrellas en 2017 y, un año después, consiguió ganar las elecciones políticas de 2018 con más de un 30% de los votos. Giuseppe Conte lo puso al frente de la cartera y ha ejercido desde entonces. Cuando Conte dejó Chigi, él mantuvo su puesto junto a Draghi. Él seguía perteneciendo al Movimiento Cinco Estrellas hasta que la situación fue insostenible: fue este partido el que, al retirar su apoyo, hizo caer el gobierno de Draghi. Lo que hizo entonces Di Maio fue darse de baja en el partido que él ayudó a fundar y crear uno nuevo con el que ahora se presenta a las elecciones, Compromiso Cívico.
La abstención y los jóvenes
Esta dinámica parece haber pasado factura a los italianos que cada vez se muestran más alejados de la política. Según los últimos sondeos, el abstencionismo podría llegar hasta el 31%. El propio Enrico Letta ha dicho que tiene puestas gran parte de sus esperanzas en los indecisos y en el voto joven, el gran objeto de deseo de los candidatos.
El mismo Berlusconi, a sus 85 años, está haciendo campaña en las redes a la caza del voto joven. En las últimas elecciones políticas (2018), la franja de edad de los 18 a los 34 años fue la que más se abstuvo: 12,5 de 45,5 millones de votantes. Es decir, el 27%.
En 34 años han pasado de ser la franja que menos se abstiene a la que más. Según un estudio de la Universidad de Roma La Sapienza, alguna de las claves son: la ausencia de candidatos jóvenes y de los temas que les preocupan en la agenda política.